EL MAGNATE ESTRATEGA

Donald John Trump. 45 Presidente de los Estados Unidos de América (Fuente: Google Images)


La elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos ha sorprendido al mundo entero. Más aún por su abrumadora diferencia (279/228). No son pocos los analistas, politólogos, medios de comunicación y hasta Think Tanks, de varios países, que comienzan a catalogar la contienda que acabamos de presenciar como un cambio paradigmático, como una revolución en la forma de hacer y entender la política. Y no se equivocan.

En este artículo me referiré a los activos que han hecho de Donald Trump el 45 Presidente de los Estados Unidos, la errada estrategia comunicacional de Hillary Clinton, y el real trasfondo que, en mi opinión, conlleva esta elección -que, dicho sea de paso, está en la línea de lo que fue el Brexit y el auge del derechismo europeo-: un rechazo abierto al liberalismo, y a los dogmas de libertad migratoria y comercial que rigieron el mundo occidental desde la caída del Muro de Berlín.

Para entender esta idea, es importante primero destacar el estado de crisis y depresión económica que han experimentado los Estados Unidos en su historia reciente (hablando siempre en perspectiva histórica, claro está). De ser la indisputada potencia industrial, económica y militar, en los años de Reagan, e inclusive en la época de B. Clinton, la política de liberalización de fronteras comerciales que se persiguió desde los años noventa, ha reducido su industria y convertido a su sociedad, más bien, en el mercado por antonomasia de la industria extranjera. Este fenómeno ha sido tan drástico que, incluso, empresas norteamericanas, alentadas por los bajos costos productivos de México, por ejemplo, han preferido mudarse a dicho país para desde ahí exportar, a arancel cero, sus productos a los Estados Unidos. La matemática es simple: pagan en pesos, cobran en dólares.

Desde los años noventa pues los Estados Unidos se han olvidado del camino que, de hecho, siguieron para convertirse en la principal potencia del mundo. El genial economista coreano Ha-Joon Chang[1] sintetizó ese camino de forma brillante en un libro que publicara en el año 2004, donde demostró que, históricamente, ningún país –y principalmente, los Estados Unidos- se industrializó abrazando el liberalismo y la apertura económica o migratoria.

¿Por qué hago referencia a estos detalles? Porque toda elección debe ser analizada en perspectiva histórica y Donald Trump, al menos en esta ocasión, ha sabido hacerlo. Su crítica a los TLC's que ha suscrito Estados Unidos, y a la libre inmigración y al acogimiento de refugiados sirios, han sido dardos que Clinton no ha sabido contrarrestar, en un contexto en que el liberalismo económico e intelectual pareciera recular en todo el mundo.

En ese sentido, soy de la idea que la principal virtud que ha tenido Trump, fuera de su histrionismo y natural carisma de showman (puedes discrepar de sus posiciones, pero al menos te reirás de sus posiciones), ha sido que su fórmula comunicacional ha sabido prometer industrialización y protección de fronteras, en un discurso que también apostaba por el libre mercado y la liberalización interna de la economía –reducción de impuestos, reducción de regulaciones, supresión de planes federales como Obamacare-.  Dicho en términos simples: Proteccionismo hacia fuera, liberalismo hacia adentro. Y esa receta ha sido brillantemente formulada y contextualizada. No reconocerlo sería una mezquindad.

En segundo término, Donald Trump ha renunciado, y probablemente lo haya hecho a propósito, a darse ínfulas de político, y a ser políticamente correcto. Han sido varios los analistas que han criticado sus intervenciones, su forma de comportarse en los debates, de atacar a sus oponentes, pero quizá el principal activo de Trump haya sido su lenguaje, sus bromas, sus maneras campechanas y directas: estaba prohibido de hablar como un político. Teniendo en frente a una oradora tan experimentada como Hillary Clinton, y un poquito más atrás, nada menos que al mejor orador de la historia de los Estados Unidos, Barack Obama, la única forma que Trump tenía de sobrevivir era hablando como lo hizo, de forma banal, chabacana, burlona. Quien no haya visto en ese desempeño una efectiva asesoría de campaña, que a la luz de los resultados, ha terminado siendo exitosa, no sólo está siendo mezquino, sino quizá ignorante.


Hillary Clinton, poco después del segundo debate presidencial. (Fuente: Google Images).

Ahora bien, quizá el factor más importante de esta elección ha tenido que ver con una idea fundamental, la dicotomía del enfrentamiento entre Hillary Clinton -la política- vs. Donald Trump –el apolítico-. Era obvio, si me lo preguntan a mí, que Trump iba a desvivirse en ataques a Clinton, sacándole en cara su pasado público, su naturaleza de política experimentada. En la tienda de campaña de Trump, el principal activo que se quería explotar era su carácter empresarial, apolítico y anti-establishment. ¿Y qué hizo Hillary Clinton? En vez de destacar sus diferencias con Barack Obama, de convencer al electorado que ella era el real cambio, con respecto a Trump, pero también a Obama, aunó a los Obama a su campaña. La pareja presidencial dio publicitados discursos a favor de Clinton, sin saber que entonces caía en la estrategia del candidato republicano. Un error grosero de los asesores de Clinton, pero también de los Obama, que parecen haber olvidado que, en toda elección, la gente pide cambios, y que si un candidato es catalogado de continuista, estará perdido de antemano. Ello sin perjuicio de que Michelle Obama, una mujer brillante y muy bien preparada, haya dado con esos discursos los primeros pasos de la carrera presidencial que ya debe estar planeando para las siguientes elecciones.


Michelle Obama, apoyando a Hillary Clinton en un reciente discurso. (Fuente: Google Images).

Era obvio, por otra parte, que Hillary Clinton de ningún modo podía librarse de los errores que cargaba en su curriculum como Secretaria de Estado, al menos en materia de política internacional. El crecimiento del Estado Islámico, la agresividad de Rusia, el expansionismo de China, la política nuclear de Corea del Norte e Irán, son una muestra de los duros reveses que ha encajado. Y cuando fue atacada por Trump a este respecto en los debates, nunca lució arrepentida por los errores bienintencionados que hubiera podido cometer en el ejercicio de sus funciones. Hoy basta ver un mapa mundial para entender que la política exterior de Obama, salvo quizá en lo que respecta a Cuba, ha sido un desastre. Clinton se limitó a pedir disculpas por la desaparición de sus correos electrónicos, pero hubiera sido taimado y genial que también asuma una postura humilde, sencilla, bienintencionada, respecto a los errores que hubiera podido cometer en el ejercicio de sus funciones, que son además comprensibles, en vez de la jactanciosa alegría con que sacó pecho de ellos y hasta alardeó en los debates (al menos en el segundo, cuando recibió esta crítica).

Otra hubiera sido la historia, pienso yo, si Trump hubiera tenido que enfrentarse a Bernie Sanders, por ejemplo, un político fresco y renovador, además de conciliador, que marcaba una clara distancia con el Presidente Obama y el establishment. Algo que Hillary Clinton no supo o no pudo hacer.


Bernard Sanders, precandidato demócrata a las elecciones presidenciales. (Fuente: Google Images)

Soy de la idea que esta elección debe haber sido una de las contiendas donde menos se ha hablado de planes objetivos, de formas de gobernar, de acelerar una economía ahogada, de reducir un déficit colosal. Pero a Trump aquello le ha bastado para mostrarse como un candidato acorde a la inteligencia electoral de estos tiempos, en que el liberalismo ha dejado de ser la fuerza que por sí sola gana las batallas. En un mundo asolado por el terrorismo, por el engrandecimiento desdemedido de China, por la agresividad de Rusia, por la particular destrucción de la industria norteamericana, Trump ha tirado los dados, y los ha tirado bien. Ojalá sea lo suficientemente pragmático e inteligente para darse cuenta que el estado actual de su economía no le permite soñar con unos Estados Unidos omniscientes, y que a su lado necesitará a Latinoamérica, sus recursos, su gente, su trabajo duro y sacrificado. Que sus posturas confrontacionales y violentas hayan sido sólo posturas estratégicas, políticas, de elección. Y que ahora que ha ganado la batalla asuma, de ser posible con todo el continente, y acaso en la línea discursiva de Obama, la tarea de reconstruir su país.






[1] Ha-Joon Chang. ‘Kicking away the ladder: Development strategy in historical perspective’. Anthem Press (1st. Edition, 2002).

1 comments:

Anónimo dijo...

Brillante análisis.