Rostro del poeta limeño Javier Heraud Pérez (1942 - 1963), muerto en el año 1963 durante un enfrentamiento subversivo con la policía en Puerto Maldonado. |
El
sábado pasado regresaba agotado del Cercado de Lima en un ruidoso y antiguo
autobús rojiblanco de la “Santa Cruz”.
Me dirigí hacia tal destino junto a mi amigo Jorge Luis y, también, junto al
hermano de mi enamorada Andrea, Juan Pablo, o Juanpi como suelo llamarlo con
familiaridad. Fuimos al distrito aludido con la finalidad de adquirir libros y
revistas en los numerosos huariques libreros de Quilca, donde uno puede
encontrar reliquias literarias e históricas de lo más impresionantes y
variadas. Para muestra un botón: compré algunos números de una antigua revista
sobre la guerra de Vietnam y un libro de la Batalla del Ruhr; Juanpi, unos
libros de psicología y otro de alimentación; y Jorge Luis, un poemario de un
enigmático y brillante poeta peruano: Javier
Heraud Pérez.
Regresando
en el sonoro ómnibus emprendimos los tres una inspiradora charla sobre el libro
adquirido por Jorge, por supuesto a viva voz dada la exagerada bulla del vetusto
motor que nos transportaba. En realidad, a pesar de haber conocido su trágico
destino hace ya un tiempo, y de haberme vinculado medianamente con su poesía,
conocía muy poco sobre la vida del poeta mártir del colegio Markham. Sí vi, en
una ocasión, a su hermana ser entrevistada en el canal del estado donde
brindaba información acerca de él. Pero nunca me sumergí en el asunto a pesar
de la curiosidad que el mismo me despertaba. No obstante ello, la charla fue
tornándose profunda y, como ya es costumbre en mi grupo de amigos, donde las
conversaciones que mantenemos contienen un enorme potencial inspirador, al poco
momento nos encontrábamos los tres en la librería Sur de San Isidro, donde
adquirí la biografía titulada “Entre los
ríos – Javier Heraud (1942-1963)” publicada recientemente por la hermana
del fallecido lírico, Cecilia. Es bajo el halo y la influencia de este trabajo
que escribo el presente artículo.
Siempre
me llamó la atención la vida de Javier Heraud Pérez. Desde fines de mi época
escolar, pero principalmente en mis primeros años universitarios, debo confesar
que prejuzgué – ciertamente con mentalidad provinciana – la vida del “joven revolucionario de Miraflores”. Acaso
por el citado slogan descriptor, excesivamente banal, que en la forma podría
sonar incluso hasta contradictorio, el destino del poeta aludido presentaba
para mi un enigma imposible de resolver: ¿Cómo pudo un ex alumno del colegio
Markham, criado entre privilegiados ambientes limeños, ciertamente elitistas para
el Perú de la época (años cincuenta), desprenderse de los amores y cuidados de
su familia para integrarse a una revolución armada, violenta, que tenía escasas
chances de triunfar? ¿Qué factores influenciaron a este poeta púber que lo
sacrificó todo, incluso su propia poesía, su futuro literario, para que a los
21 años de edad acabe desangrándose abaleado sobre un miserable botecito
amazónico que – a la deriva – pretendía alejarlo de un enfrentamiento con la
Policía de Puerto Maldonado?
Como
advertencia al lector, y a la vez aclaración necesaria, debo señalar ante todo
que la guerrilla de la que formó parte Heraud (la de principios de los años
sesenta) nada tenía que ver con el proyecto revolucionario totalitario y
violento que encarnó Sendero Luminoso en los años ochenta. De inspiración
maoísta, la manera de proceder de Sendero fue inmensamente feroz y brutal, y se
ensañó de forma bestial precisamente con los campesinos, comuneros y pobladores
nativos a quienes – en teoría - pretendía proteger; en cambio, los grupos
guerrilleros de principios de los sesenta, en uno de los cuales militó y murió
Javier Heraud, tenían una inspiración revolucionaria fundamentalmente cubana,
es decir pretendían liderar una revolución de tipo latinoamericanista que
respetara – en mucho mayor medida que el maoísmo senderista – a la vida en general. Los revolucionarios del círculo de Heraud parecerían ciertamente unos ángeles si les compara con los subversivos
senderistas de los ochenta.
En
sentido estricto, uno podría afirmar que Javier Heraud Pérez fue una víctima
del radicalismo y la violencia política de su tiempo; así como de su inmensa solidaridad
y de su propia coherencia intelectual. Pues no debemos engañarnos: si podemos
reconocer – como sin duda, podemos y debemos - que el Perú actual es sumamente
injusto y desigual, pues en los años cincuenta y sesenta la realidad nacional
era atroz. Inmensas cantidades de peruanos, que habitaban mayormente las
montañas, las selvas y los campos del país, no eran considerados ciudadanos por
el poder político, y acaso si eran considerados seres humanos por algunos de
los habitantes de las principales ciudades del Perú. En aquellos años
difíciles, que hoy se perciben ya lejanos, la mayoría del país languidecía
tristemente, qué duda cabe, bajo el más absoluto estado de pobreza y miseria social.
Pero
Heraud no fue desde siempre un joven político, dado a la controversia
ideológica. En contrario, antes que nada fue un literato, específicamente un
poeta y uno brillante. Su trabajo artístico destacó rápidamente por sobre el
resto y, al momento de su muerte, contando con tan sólo 21 años de edad, ya
había publicado dos poemarios mientras que un tercero, que ya se encontraba
escrito, sería publicado de manera póstuma al poco tiempo de su muerte. La
sucesión de premios con los que fue distinguido, incluso a nivel nacional, le
auguraban un venturoso porvenir artístico.
No
obstante, si hay algo que me ha impactado del relato que sobre Javier Heraud
hace su hermana, es la profunda
normalidad de la vida juvenil del poeta. Lo inmensamente común y natural
que fue el devenir de su existencia (evidentemente hasta que decidió
convertirse en guerrillero). Y es que como todo artista, Heraud quería vivir de
la poesía, quería dedicarse a ella por completo. Sin embargo, el Perú – como lo
es hoy – no era entonces una tierra donde los artistas pudieran gozar de la mínima
estabilidad económica. Y, ante tal problemática, y como tantísimos artistas de
este país, Heraud tenía la inquietud intelectual y profesional de irse del Perú
para así conocer el mundo y, quizá, poder dedicarse exitosamente a lo que
amaba. En una carta escrita a su mejor amigo y compañero de colegio, Degenhart
Briegleb (“Dégale”), que partió a
estudiar a Austria cuando Heraud comenzaba sus estudios de Letras en Lima,
comentaba el joven poeta a los 18 años:
“(…) Perdóname, de puro cojudo no te he
escrito hasta ahora. Tú comenzaste, yo debí seguir (…) Estuve donde Cecilia. Me
ha invitado a su fiesta de promoción. Es una excelente chica.
Estoy pasando por una etapa difícil. Ya no
creo en nada. Me ha llegado la universidad, los exámenes, todo. Ayer di examen
de Lógica. No había estudiado ni pincho. Me he sacado 02.
Mis exámenes los hago surrealistas, nadie me
entiende. Hoy he dado un examen de Castellano. Me ha salido cojonudo. Todo el
examen fue un poema (de último minuto: me saqué 18).[1]”
En
otra carta escrita a su mejor amigo, también a los 18 años, Heraud habla ciertamente el lenguaje de la
juventud actual: presionado por su padre para estudiar una carrera que
encontraba abominable, el poeta manifiesta sus deseos de vivir su vida en
libertad, dedicándose a lo que ama sin las presiones y responsabilidades que la
convención social dispone:
“La vida es complicada, hermano Dégale. Pero
para mí se ha tornado como el agua de una fuente cristalina, es decir, pura. Ya
he pensado que haré el resto de mi vida: caminar, leer, soñar, dormir un poco,
escribir, conversar con mis amigos en las cantinas, reír otro poco. No
estudiaré Derecho ni seré un hombre de provecho. ¡Qué importa! Pero: seré feliz
a mi modo, y habré ganado mi batalla, mi única batalla, mi insólita esperanza.
No desesperes. La vida no ha terminado y recién comienza para ti y para mi.
¡Cuánto daría por estar como tú estás![2]”.
Finalmente,
en otra comunicación al mismo interlocutor, Heraud aclara lo que pretende para
su destino:
“Yo espero algún día contribuir a la
felicidad del mundo con esto que ahora hago: es decir, con mis poemas. (…).
Si hago yo poesía es para contribuir a un
mundo que se derrumba, para levantar el espíritu, ya tantas veces muerto. Yo no
publico mis poemas por ser mejor que tú o peor. Simplemente porque son
sinceros, porque a mí me gustan, y porque tengo esperanzas en ellos. Pero en
ellos como arte, y no en ellos como producto mío y en mi beneficio personal que
a la larga será efímero.[3]”
En primer plano, Javier Heraud y su mejor amigo, Degenhart Briegleb. |
Cuando
tuvo la oportunidad de representar al Movimiento Social Progresista del
Perú en el Foro Mundial de la Juventud,
encuentro que se llevó a cabo en Moscú en julio de 1961, contando Heraud con
tan sólo 19 años, tuvo finalmente el poeta la oportunidad de conocer Europa y de
entrar en contacto con el sistema social y político soviético, alojándose en el
piso 23 del Hotel Ucrania. Las impresiones que este sistema le generó cambiarían
su vida para siempre. Las relata en una carta a su madre:
“(…) Por eso yo estoy decidido, y cuando en
el Perú haya que irse a las armas, yo lo haré, por mucho que te duela. Yo he
visto en la Unión Soviética cómo vive la gente: miles de estudiantes que sólo
se dedican a la Literatura: pero ellos ya saben que tienen su vida asegurada.
Me hice amigo de un ruso que sólo se dedicaba a traducir poesía latinoamericana
al ruso, y de eso vivía él con su mujer y sus tres hijos. Imagínate. En el Perú
ese señor tendría que pedir limosna en el Jirón de la Unión. (…).
No he visto pueblo más trabajador y más
humilde que el pueblo soviético, en Rusia la gente no roba, no mata, es decir,
han alcanzado un nivel moral cien veces más alto que el de la civilización
cristiana. Pero en fin, he escrito demasiado y esta carta me va a costar una
barbaridad. (…)[4].”
Luego
de visitar la URSS, Javier Heraud pretendió vivir un tiempo en París, donde
conoció y se hizo amigo de otro joven escritor peruano a quien llamaba “Mario Vargas” (Llosa). Ambos llegaron a
tener mucha cercanía, pero la precariedad económica lo amenazaba permanentemente.
En una carta escrita a su madre desde París, donde no pudo cumplir su sueño de
estudiar cine por falta de medios, señala:
“No quiero repetirte que no te hagas
ilusiones: aquí no voy a estudiar algo para ganar plata, en el Perú hay
suficiente gente ambiciosa y no quiero hacerles la competencia. Yo solamente
quiero perfeccionar mi arte, perfeccionar mi vida y ser feliz en cualquier
parte del mundo, sea como sea (pero leal siempre a mis principios).[5]”
Hotel Ucrania de Moscú, donde Javier Heraud se alojó en el año de 1961. |
No
cabe duda que son los viajes que emprendió a la URSS, y posteriormente a Cuba,
los que ampliaron la perspectiva de vida de Javier Heraud y determinaron
finalmente su adopción de ideas radicales y revolucionarias. Pero qué común y evidente era su descontento con
todo, y que común y evidente es el descontento de tantos y tantas peruanas
jóvenes que – en nuestros tiempos – no entienden todavía el rol que deben jugar
en el sistema y, por el contrario, se aferran contra todas las probabilidades a
ser felices a su manera y por medio de la práctica del oficio que más aman.
Hoy, con la Unión Soviética ya destruida (por iniciativa de los propios rusos),
y con una Cuba que día a día se reforma para evitar su parálisis económica, no
existen ya los “caminos alternativos” que
atrajeron la atención de Heraud en su momento. Si el poeta hubiera nacido en
este tiempo, probablemente hubiera sido uno más de la inmensa cantidad de
jóvenes anónimos que - de lunes a viernes - mantiene la intensa y común batalla
por encontrarle un rumbo y sentido a la vida; por ser, a fin de cuentas,
plenamente libre y feliz.
Si debiéramos
resumir la existencia de Heraud en un breve párrafo, habría que decir que se
trató de un artista notable e intelectualmente despierto, que decidió perseguir
sus sueños hasta el final (y en el trayecto pudo conocer el mundo y ampliar su
horizonte cultural y político). Evidentemente, dicha actividad confabuló con la
ingenuidad propia de su corta edad para que abrace las ideas más radicales y
termine como efectivamente terminó: muerto en un botecito amazónico perdido en
un río de la selva peruana, naciendo sin embargo, y para siempre en la historia
de las letras del Perú, como un joven que, además de ser un excelente poeta,
fue un individuo que se atrevió a vivir su vida a su manera y en uso pleno de
su libertad (contra el totalitario conservadurismo social y con las más
lóbregas probabilidades de éxito). Por otra parte, su condición de peruano
solidario, socialmente sensible, le hizo seguramente preguntarse a fines de los
años cincuenta, antes siquiera de cumplir los 20 años de edad: ¿es justo el
Perú en el que vivo? ¿Constituye su pueblo una masa social inclusiva,
racialmente tolerante, con posibilidades y oportunidades equitativas para su
gente de alcanzar el desarrollo, la plenitud y la felicidad? Fueron finalmente
las respuestas a estas interrogantes las que determinaron el destino ulterior de
Javier Heraud.
Por
otra parte, la reflexión que me queda en mente luego de leer el trabajo de su
hermana Cecilia, al que me vinculé por una insólita pero cautivante
conversación que mantuve con mis amigos Jorge Luis y Juan Pablo cuando regresábamos
del Cercado en el arcaico microbús de la “Santa
Cruz”, es la siguiente: ¿Cuántos de nosotros podríamos decir que nos
atrevimos a hacer con nuestra vida lo que finalmente quisimos, en medio de
amplias dificultades y contra todos los pronósticos?
Un
cuestionamiento al que uno podría dedicarle inmenso tiempo sin que ello
garantice ningún tipo de respuesta positiva. Acaso apenas honesta.
3 comments:
Bien, bien. Qué lindas esas cartas llenas de vida y sencillez. La cosa es: ¿te atreves?. Heraud se atrevió. (J. L. Guillén)
"El Fusil del poeta es una rosa...."
"El Fusil del poeta es una rosa...."
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