EL PINTOR REBELDE

Quisiera ser un historiador profano. Uno que lee la historia para sí, la interpreta a su manera y la vende según sus conveniencias personales. Alguien capaz de traducir los hechos, mutar la realidad y crear relatos sólidos, rocosos y físicos que - en forma de historias nuevas - tengan la capacidad de encantar y seducir la mente de quién los lee.


Sin embargo, tengo esta fascinación lacerante por los hechos. Por la realidad. Por liberarme – como lo he dicho antes – de todos los prejuicios que me oprimen. Por contar lo visto y nada más. Por no ser nunca un instrumento. Por tomar a la verdad como única autoridad y nunca a la autoridad como verdad absoluta.


Lo he hablado con mi primo Dante. Con él, que es un pintor rebelde. Le he dicho que los artistas son seres libres, subjetivos, profundamente humanos que – en la mayoría de casos – no sienten ataduras. No tienen compromisos. No tienen cadenas. Tan sólo deben crear. Exteriorizar su proceso creativo. Ser capaces de alterar el curso de la historia a través de las pulsaciones sanguíneas de sus manos.


Pero…


¿Por qué ahora ando pensando en la naturaleza humana de los artistas?


Hace poco adquirí - por extrañas coincidencias - un libro con los grabados realizados por Francisco Goya, que fueron dibujados durante la guerra de independencia española. De tapa oscura, cartón grueso, el libro no me generaba curiosidad: no conocía, al detalle, la obra de este artista.


Francisco de Goya y Lucientes. Pintor y grabador español que vivió entre 1746 y 1828, época de gran agitación política en Europa Occidental.


Sin embargo, desde el momento en que lo hube revisado – bien de par en par - no dejo de soñar con la existencia de Goya. No puedo dejar de pensar en su arte. En esa mente libre y omnipresente. En esa conciencia humana que pintó al mundo y retrató a sus líderes, de un modo puramente objetivo y – a la vez - densamente humano.


Él vivió en una de las épocas más apasionantes. Cuando Europa experimentaba la frescura de las ideas nuevas y rescataba su juventud del baúl doctrinario de la revolución francesa. Cuando los monarcas de todo el mundo sentían pavor ante la libertad. Cuando, en sus golosas cenas y banquetes, no se hablaba de otra cosa más que de aquella palabra fatal, satánica y herética: Napoleón.


Goya lo vio todo de primera mano. Su nación experimentó – en propia carne – la naturaleza revolucionaria de la guerra francesa. Vivió en sus calles y pueblos la realidad cruel del conflicto. Incluso de uno que pretendía promover supremos valores de vida, como la igualdad, la libertad y la fraternidad.


Sin embargo, también fueron los ojos de este pintor los que conocieron a la España “tradicional”. La de los curas, reyes y bufones. La de la inquisición y la ignorancia. La de un Imperio decadente, antiguo y oscuro que había sido superado ya por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos.


A pesar de ello, lo más sorprendente de su vida radica en que, aun sabiendo que la invasión napoleónica pretendía liberar al pueblo español, él – como un artista puro – se limitó a plasmar la situación real, con gran imparcialidad, para que las generaciones futuras utilicen su obra como espejo. Y así puedan emitir su fallo en base a hechos y no interpretaciones.


Es decir, grabó – por un lado - a los demonios de la inquisición. A esos curas de negro que – tras las paredes del Noviciado – se convertían en seres supremos y sodomizantes. A esos hombres que, escondidos bajo el rojo sangre de la sotana, saciaban sus instintos masculinos en los rincones sagrados del Claustro. A todos los que utilizaban el velo negro de la religión para promover las más herejes relaciones humanas.


La Inquisición y sus psicópatas. Grabados de Goya donde recrea juicios inquisitorios, donde el condenado lleva el tradicional cono en la cabeza. Nótese, en el tercer grabado, como Goya esboza a los sacerdotes como monstruos.


También grabó – a pesar de que suprimieron la inquisición y los privilegios de sus curas – los excesos de los soldados franceses. Su frialdad asesina al momento del combate. El silencio homicida de sus represalías. Los fusilamientos del 2 de mayo. El levantamiento de Madrid. La carga de los mamelucos ... eternizó los brazos de ese español tiznado que – clamando por la libertad de su patria – levantaba ambos brazos ante la mirada perpleja de los coraceros.



Historias de Guerra. Dos grabados de Goya donde resalta la crueldad de los militares invasores.


En otras palabras, conociendo él las injusticias que sucedían al interior del sistema social español (absolutismo, oscurantismo, teocentrismo, etc.), no dudó en denunciar las barbaridades cometidas por los franceses y sus cosacos (personajes llamados a terminar con las injusticias del modelo político de España). ¿Por qué lo hizo? ¿Fue porque su sentimiento patrio así lo exigía? ¿O porque – como creo yo – era un hombre desprendido, ajeno y libre de rencillas y divisiones humanas? ¿Lo hizo porque, muy en su interior, sentía desprecio por el invasor galo? ¿O porque su amor por España trascendía las injusticias de su monarquía y religión?


¡Cuánta verdad se llevan los hombres al morir!


Acaso – para la historia de su país – hubiera sido mejor que este artista tome partido. Que se llame monárquico o revolucionario. Que ponga su capacidad artística para destrozar una posición y evitar así la formación de las “Dos Españas”. Que, como parte beligerante, se involucre en la lucha en beneficio de la justicia e igualdad de sus semejantes.



Fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío. El 03 de mayo de 1808, un día después del patriótico y estragoso levantamiento de Madrid.


Pero quizá yo, tan humano, tan superficial, tan patético, propongo esas ideas sin saber nada del arte. A lo mejor yo, víctima de mis banalidades, hablo de dirigir la obra de un hombre tras el éxito de una idea política; sin darme cuenta de que acaso esa independencia, acaso esa autonomía, acaso ese desprendimiento, fue lo que determinó la trascendencia histórica de Goya.


Si yo hubiera tenido el talento de Goya, y vivido en su época, habría sucumbido. Habría perecido. Con mi ansiosa fascinación por los hechos hubiera pintado la primera injusticia vista, sin importar el bando que la cometa y – a partir ahí – me habría convertido en un encarnizado luchador. En un guerrillero del pincel. En un combatiente del óleo.


Si yo hubiera sido Goya no hubiera habido arte, ni grabados, ni historia.


Simplemente polvo, lucha y fin.


Mejor voy terminando. Yo nunca a entenderé a los artistas. Mucho menos a Goya. Sin embargo, creo sinceramente en su arte y lo valoro con grandilocuencia. Sostengo encantado sus grabados y los cuidaré por siempre. Su humanidad y desprendimiento son estoicos y – francamente – liberadores.


Lo demás lo guardaré para mí. Mis confusiones serán esclarecidas y buscaré ayuda.


Eso es. Ayuda.


Se lo comentaré a mi primo. Al Dante. Él es artista. Él debe saber.


Cierro entonces la reflexión.


Abro la ventana del Messenger para conversar con él.


De pronto, él me habla primero y me dice:


Primo mío, ya sé lo que mató a Alicia Delgado”.


Yo, intrigado le contesto:


“Qué fue primo, qué la mató”


Y él me dice:


“Los panetones de Abencia Meza.”


Y yo pienso: ni cómo entenderlos, los artistas son grandiosos.


1 comments:

Dunames dijo...

Consultando los grabados del pintor Goya, me encontré con tu acojedor blog. Deliciosamente disfruté esta entrada y quisiera saber tu nombre, por si algún día propongo este texto en una clase me sería gustozo decir el autor.
gracias por deleitar mis pupilas y mi mente decodificando y entendiendo tus letras.
P.D. envidio el libro de grabados que posees