MANCO INCA (I)




Dos Imágenes - un Inca. El Manco Inca guerrero idealizado por el pintor Juan Bravo y
el emperador adolescente de Guaman Poma de Ayala.

En los pasados días he leído numerosos trabajos sobre la rebelión andina liderada por el emperador Manco Inca, quien pretendió exterminar a los españoles que habían usurpado su poder mediante ardides y tretas interesadas; en un intento por recomponer la unidad del Tawantinsuyo tras interminables periodos de convulsión política y guerra interna.

La historia de Manco Inca es - cuando menos – apasionante, conmovedora, desventurada: este monarca de tan sólo 17 años, hermano de los tristemente celebres Huáscar y Atahualpa, tuvo que soportar la carga de recomponer su dinastía cuando su reino se encontraba plagado de conquistadores foráneos, a los que pronto denominó hijos del demonio[1], mediante un levantamiento con el que cercó las ciudades del Cusco y Lima, en los años de 1536 y 1537. Aunque inicialmente contó con el respaldo de Francisco Pizarro (quien se aprovechó de la ingenuidad propia de su juventud, engañándolo con falsas promesas de paz y coexistencia armónica), el otrora orgulloso hijo de Huayna Cápac sufrió innombrables afrentas a su dignidad personal: españoles embriagados de poder y riqueza lo mantuvieron preso, encadenándolo; otros, durante su forzoso confinamiento, violaron a sus mujeres ante sus ojos; e incluso, según la crónica de su hijo, Tito Cusi Yupanqui[2], uno de ellos se atrevió a orinarle en la cara[3].


En este artículo quisiera narrarles la historia de este joven rebelde, quien no se amilanó ante la supuesta invencibilidad de los europeos y, más bien, los combatió por todos los medios posibles, una vez que descubrió el carácter permanente y opresor de su permanencia en los Andes. Con tal finalidad, en esta primera parte repasaré linealmente la historia de Manco desde su encuentro con los españoles en adelante, para compartir luego con ustedes, en un futuro trabajo, el desenlace de su reaccionaria naturaleza y mis reflexiones sobre su trágico destino.


No obstante, para entender el complejo contexto político en que maniobró este Soberano, es necesario aclarar antes ciertos antecedentes. Bien es sabido por todos que cuando las huestes de Pizarro llegaron al Perú, encontraron al gobierno del Tawantinsuyo divido en un crudo enfrentamiento civil: los hijos de Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa, desde las ciudades del Cusco y Quito, respectivamente, se disputaban el trono imperial con fratricida vehemencia.


Astuto como era, Francisco Pizarro no tardó en engañar a Atahualpa, dándole a entender que había arribado a su reino para recomponer la unidad imperial bajo su mando, protegiéndolo de las aspiraciones de su hermano, el cusqueño usurpador. Engañado y posteriormente aprisionado, el Inca quiteño fue fácilmente ejecutado, y el Marqués español prosiguió su marcha al Cusco, ciudad de cuya opulencia había escuchado historias fascinantes.

Dicha urbe, por entonces, se encontraba sitiada por los ejércitos del fenecido Atahualpa[4], los que habían ya aprisionado y ejecutado al príncipe Huáscar. Manco Inca, declarado como legítimo heredo del trono imperial tras la ejecución de su hermano, tenía la certeza de que la caída de la ciudad implicaría su pronto exterminio. Por tal motivo, informado de la marcha hacia el Cusco de unos “Viracochas[5]” que habían derrotado y ejecutado al rebelde Atahualpa, tomó la decisión de marchar con sus hombres a su encuentro, teniendo la certeza que los generales sublevados no combatirían contra los extranjeros y sus propias fuerzas, en dos frentes[6].

Así las cosas, las fuerzas de Atahualpa se retiraron y Manco Inca recibió a Francisco Pizarro en el valle de Saqsahuana[7]. Pronto, el español reconoció que el destino le brindaba una valiosa oportunidad nuevamente: de reconocer la legitimidad del trono de Manco Inca, que pertenecía a la facción cusqueña de Huáscar, podía alargar la guerra civil que venía desangrando el Tawantinsuyo, toda vez que los generales de Atahualpa jamás reconocerían la autoridad del joven emperador.

De tal manera se selló la alianza de Pizarro y Manco. Momentáneamente, la misma beneficiaba a ambos. Además de lo señalado precedentemente, para Manco la alianza con los españoles, que venían avituallados con poderosas armas y caballos, podía servirle para derrotar a los ejércitos de Atahualpa. Quizá luego de derrotados los rebeldes, y unificado el estado incaico bajo su mando, podría el inexperimentado gobernante dedicarse a exterminar a los cristianos, de quienes conocía ya los crímenes que habían cometido durante su corto periplo por el norte.

Sin embargo, como era de esperarse, la alianza pronto perdió su frívola falsedad diplomática y desenmascaró la difícil situación del cusqueño: una vez que Francisco Pizarro se ausentó de la ciudad, sus hermanos Juan y Gonzalo, de 21 y 23 años respectivamente, junto con otros españoles, comenzaron a presionarlo incesantemente, exigiéndole abundantes cantidades de oro y plata[8]. Incluso, Gonzalo Pizarro, dando rienda suelta a sus desenfrenados instintos, exigió al emperador en tono amenazante que le ceda a su legítima esposa, la hermosa Kura Oqllo[9].

El joven monarca tomó entonces su irrevocable decisión: no permanecería pasivo ante los abusos y atropellos cometidos por los occidentales y lideraría, en cambio, una verdadera guerra de reconquista[10] con la cual exterminaría a todos y cada uno de ellos. En seguida, Manco Inca comenzó pues a elaborar sus planes de rebelión en reuniones sediciosas, subversivas, insurrectas, esparciendo al cabo de ellas un radical mandamiento: dentro de un plazo determinado, todos sus súbditos debían levantarse contra los europeos aniquilándolos ahí donde los encontrasen, sin excepciones.


Fue tan intensa la difusión de esta orden, que pronto los hombres de Pizarro se enteraron de sus amenazantes rumores. Actuando presurosos, aunque con incredulidad, apresaron violentamente a Manco y lo encadenaron y sometieron a los más humillantes tratos, a la vez que le exigían nuevas y abrumadoras cantidades de oro a cambio de su libertad.



Alegoría de Manco. Manco Inca sobre su caballo ante el cadáver de un conquistador español.
Autor anónimo. Fuente: Google Imágenes.

Manco, consciente que el final de su opresión era inminente, entregó por última vez el oro exigido por los españoles. Ya liberado, decidió desaparecer del Cusco y escapar. ¿Cómo lo hizo? Pidió permiso a sus captores para dirigirse a una ceremonia religiosa en conmemoración de la muerte de su padre, el Inca Huayna Cápac, en un valle aledaño. Como recompensa por dejarlo partir, Manco le ofreció a Hernando Pizarro, por entonces el cristiano más poderoso de la ciudad, una estatua de su padre labrada en oro de escala real[11].

De tal manera, el 18 de abril de 1536[12], Manco salió finalmente del Cusco para sumergirse en la clandestinidad de los Andes. Celebró posteriormente sus asambleas de guerra y proclamó – públicamente - la liberación del Tawantinsuyo, la misma que se conseguiría con la desaparición violenta de los españoles afincados en su vasto territorio.

Por su parte, el ambicioso Hernando Pizarro, quien continuaba esperando el retorno del joven Soberano, no tardó mucho en descubrir que había sido engañado[13]. A mayor abundamiento, la información remitida por sus informantes no era para nada tranquilizadora: Manco Inca no había escapado solamente, sino que aparentemente tenía intenciones de atacarlo, ya que fuerzas de varios rincones del imperio marchaban fuertemente armadas con dirección al Cusco.

Gonzalo Pizarro, quien fue enviado por su hermano en una improvisada búsqueda del Emperador ausente, pudo presenciar personalmente el peligroso escenario que se cernía sobre los hombres de Carlos V: en el extenso valle de Yucay, a pocas millas de la ciudad, acampaba un ejército de miles de soldados incas que se perdía ante su vista en el ocaso[14].

No obstante, antes que pudiera hacer nada el joven Pizarro fue intervenido por un mensajero que cargaba consigo una orden de emergencia: debía retornar al Cusco con carácter de suma urgencia. Desde dicha ciudad, durante los primeros días de mayo de 1536, ante la atónita mirada de los españoles que en ella residían, podían vislumbrarse ya las siluetas de miles de soldados nativos que hacían su aparición en la cumbre de los cerros que la rodean.

No lejos de ahí, en Calca[15], donde Manco había establecido su cuartel general, su supremo jefe militar y religioso, Vila Oma, le informaba que se había completado el cerco del Cusco, estando sus tropas listas para tomar la ciudad. A su vez, el otro ejército incaico, comandado por el experimentado general Tiso Yupanqui, bloqueaba ya la ruta de comunicación entre Lima y la capital imperial, a fin de evitar que puedan arribar refuerzos españoles desde la recién fundada “Ciudad de los Reyes”.

Tan sólo bastaba que el joven emperador andino, que hace pocos meses había sido encadenado y escupido y orinado en el rostro por sus captores europeos, dé la orden de ataque para que se inicie el violento asedio; mientras que para los conquistadores afincados en el Cusco, con sus negros africanos e indios caribes como aliados, estaba por iniciarse la mayor amenaza a su recientemente establecido poder en los Andes. Una amenaza que iba costarles numerosas bajas y que se convertiría, a la postre, en un longevo periodo de resistencia nativo a sus costumbres religiosas y formas de gobierno.

(Fin de la primera parte).

Batalla por el Cusco - 1536. La pintura de Teodoro de Bry (1590-1634), que inmortalizó
el encuentro entre las fuerzas de Manco Inca y los españoles.


[1] Titu Cusi Yupanqui, Inca Diego de Castro. “Relación de la Conquista del Perú y Hechos del Inca Manco II”. Lima: Imprenta y librería San Martín y Ca. (1916), pp. 53.
[2] Op. Cit.
[3]Entre otros varios abusos. Por ejemplo, se afirma que sus guardianes, estando Manco Inca en prisión, usaron su nariz para despabilar velas. Ver: Wachtel, Nathan. “Los Vencidos – Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570)”.Madrid: Alianza Editorial (1971), pp. 270.
[4] Guillén, Edmundo. “Ensayos de Historia Andina – (1) Los Incas y el inicio de la guerra de reconquista”. Lima: Centro de Investigación de la Universidad Alas Peruanas (2005), pp. 585 – 586.
[5] Cuenta Tito Kusi, en su afamada crónica, que Manco consideró a los españoles como verdaderos "Viracochas" (supremos ordenadores del mundo andino). Así, cuando lo apresaron, el Inca les dijo a sus captores, reprochándoles su comportamiento: “No sabéis quánto poderío de gente yo tengo en toda mi tierra, y quántas fortalezas e fuersas en ella hay; acordaos debríades con quánta voluntad yo os envié a llamar sin vosotros me lo hacer saber, y cómo en señal de amistad porque me dixieron que érades Viracochas e inviados por el Tecsi Viracochan os envié al camino lo que pude; acordaros debríades también cómo llegados que fuiste a este pueblo os hice proueer de seruicio y mandé juntar la gente de toda mi tierra para que os tributasen (…)”.Titu Cusi Yupanqui, Inca Diego de Castro. “Relación de la Conquista del Perú y Hechos del Inca Manco II”. Lima: Imprenta y librería San Martín y Ca. (1916), pp. 37.
[6] Dicho encuentro es narrado principalmente por Tito Kusi. Lo recoge en su trabajo Edmundo Guillén Guillén. Ver: Guillén, Edmundo. “Ensayos de Historia Andina – (1) Los Incas y el inicio de la guerra de reconquista”. Lima: Centro de Investigación de la Universidad Alas Peruanas (2005). Para otros autores, como por ejemplo Kim MacQuarrie, el encuentro fue más bien accidental, con un Manco Inca itinerante que se encontraba en constante huida por la presencia de las fuerzas de Atahualpa. Ver: MacQuarrie, Kim. “The Last Days of The Incas”. Nueva York: Simon & Schuster (2007), pp. 140.
[7] Guillén, Edmundo. “Ensayos de Historia Andina – (1) Los Incas y el inicio de la guerra de reconquista”. Lima: Centro de Investigación de la Universidad Alas Peruanas (2005), pp. 586.
[8] Las entregas de oro y plata de Manco Inca se encuentran bien narradas en la ya citada crónica de su hijo, Tito Cusi Yupanqui.
[9] MacQuarrie, Kim. “The Last Days of The Incas”. Nueva York: Simon & Schuster (2007), pp. 174.
[10] Según Edmundo Guillén Guillén: “La acción militar para recuperar la parte del imperio ocupada por los invasores españoles no fue una simple rebelión como generalmente se cree sino que en rigor histórico, tuvo magnitud y trascendencia de una guerra de reconquista, cuyo primer intento terminó trágicamente en 1572 con la ocupación de la ciudad de Vilcabamba”. Guillén, Edmundo. “Ensayos de Historia Andina – (1) Los Incas y el inicio de la guerra de reconquista”. Lima: Centro de Investigación de la Universidad Alas Peruanas (2005), pp. 591.
[11] Wachtel, Nathan. “Los Vencidos – Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570)”.Madrid: Alianza Editorial (1971), pp. 271.
[12] MacQuarrie, Kim. “The Last Days of The Incas”. Nueva York: Simon & Schuster (2007), pp. 190.
[13] Kim MacQuarrie narra la incredulidad de Hernando de Soto. Op. Cit., pp. 191.
[14] Op. Cit, pp. 192-193.
[15] Vega, Juan José. “Manco Inca”. Lima: Editorial Brasa S.A. (1995), pp. 43.

2 comments:

Unknown dijo...

Ayudas a demostrar que los vencidos no aceptaron en automático su derrota, sino que demostraron poseer una resistencia que tiene que alejar esa idea de raza sumisa y cabizbaja que tenemos gracias a perjuicios racistas e ignorantes.

Se resistieron en la conquista...en la colonia y también en la República.

Cleto Paucar dijo...

Efectivamente, Manco Inca es la figura mas importante de la resistencia a la invasión española, para desventura de nosotros los chapetones llegaron al Perú cuando estuvimos en guerra civil, sino otro hubiese sido la historia, los rezagos de tres siglos de opresión todavía se pueden verificar.