ESTADO DE MI CUESTIÓN


Yo. Ph: Andrea Velásquez. Agosto de 2011.


No hay, en sentido estricto, ningún proyecto de vida que pueda considerarse eminentemente lineal, directo, vertical. Si lo hubiera, en todo caso, dicho camino tendría mucho de aburrido, de conformista, de mediocre. Y aunque así fuera (por si las dudas) tal trayecto pondría en tela de juicio su naturalidad, su género propiamente humano: no es natural que las voluntades propias de cada uno se manifiesten así, tan firmes e imperturbables, tan ajenas al azar o a la discrecionalidad natural del aprendizaje instintivo; es, más bien, normal y hasta probable, que en los caminos que recorre el hombre se atraviesen parajes insospechados, recovecos dados a la fantasía, periodos puramente experimentales. Es, después de todo, tal experimentación la que configura el crecimiento de los seres complejos o, como dirían algunos antiguos, la que “perfila personalidades y moldea sanamente el carácter”.

Ahora bien, a pesar de lo dicho anteriormente, debo aclarar que en los últimos años me he esforzado tremendamente por seguir una vida más bien rígida y encaminada, orientada directamente a la seguridad, a los cómodos placeres de la estabilidad, de las cuotas pagadas y del “ya-llega-el-fin-de-mes” porvenir. Y en ese trayecto, evidentemente por omisión, decidí adormitar - entre otros varios aspectos - mis intereses académicos, mis gustos filantrópicos, mi pasión por el deporte; acciones todas ellas que, acaso habiéndolo olvidado, me contribuían y enriquecían con momentos de enorme felicidad y laxitud de nervios.

Creo, no obstante, que dicha situación no puede imputarse de forma exclusiva a mi persona. Las decisiones que uno toma raramente son 100% personales: influyen mucho en ellas los familiares, los amigos, las situaciones particulares, etc. Y mi caso no fue la excepción: preguntándome siempre por lo que hubiera hecho mi padre de encontrarse en mi situación, reculé en mis fracasados intentos de liberarme de una asfixiante estabilidad (principalmente laboral), que no terminaba de colmar una serie de subjetivas expectativas mías, aceptando compromisos que no me correspondían y obteniendo, a cambio de su cumplimiento, retribuciones y ofertas acaso excesivamente generosas para un profesional de mi edad.

Sería, sin embargo, injusto atribuir la responsabilidad de las referidas acciones a la figura omnipresente de mi padre: cada vez que busqué su consejo, si bien es cierto que me llamó siempre a la calma premeditada y al frío análisis de mi situación personal, me dejó muy en claro que las decisiones finales me correspondían exclusivamente a mí. Fue más bien en ese ámbito, el de mi propia consciencia, donde en último término, y en más de una ocasión, decidí volver sobre mis pasos y reprimir mis ansias de cambio creyendo que mejoras de tipo económico, exclusivamente utilitarias, terminarían por erradicar – principalmente - mis inquietudes intelectuales “como por arte de magia”. Creo, no obstante, que en el fondo del problema existía, como a la fecha subyace, un inmenso deseo de enorgullecer a mis padres; deseo que, como motor motivacional, me ha significado inmensas satisfacciones individuales, tales como titularme - como abogado - con grado sobresaliente, o ganar – recién cumplidos mis 18 años – un concurso de ensayos que me valió la estadía e invitación a un congreso organizado por la Universidad Técnica de Ilmenau, Alemania, en mayo del 2005.

Así las cosas, y saliendo por un momento del espinoso asunto de las responsabilidades, opté por recorrer el mundo reglamentado, preconcebido, amodorrado, en el que me encontraba inmerso desde que terminé la universidad, sin mucho requintar y conquistando palmo a palmo algunas pequeñas victorias corporativas. En dicho transcurso, hice lo posible por silenciar una parte de mi personalidad, que no se encontraba satisfecha y que, por momentos, afloraba en periodos de soledad para recordarme, con penosa insistencia, que sobrevivía y continuaba resistiendo los embates de mi arbitrario pragmatismo.

Hasta que sucedió lo inevitable, el momento del quiebre definitivo, de la reacción tantas veces oprimida: a raíz de una memorable conversación que tuve con mi hermana, su amigo Tavo y mi enamorada Andrea en la pequeña casa que mi hermana habitó en el Cusco, durante el corto periplo textilero que la llevó por dicha ciudad, terminé por animarme a retomar (o acaso iniciar) mis estudios de Historia en la maestría del mismo nombre que dicta la Universidad Católica de Lima. Fue en ese preciso instante, ante una mesa humeante por los mates de mis interlocutores, que el destino echó irremediablemente sus cartas sobre la mesa: volvería a las aulas universitarias, esta vez a aprender una disciplina nueva, por la que siempre había sentido una atracción intelectual notable, aunque oculta, distante, prohibida.

Volví pues envalentonado y legalicé, o mejor ficho formalicé, pesara a quien le pesara, la relación adúltera, ilegítima, subversiva, que venía teniendo con la historia. Y tal decisión me ha abierto, a la fecha, las puertas a un mundo nuevo: el de los que no siguen el camino rectilíneo, lineal, jerarquizado, que yo venía siguiendo; el de los que no tienen un horario fijo de trabajo, sino más bien interminables noches de investigación insomne; el de los que no esperan el fin de mes con ansias financieras y de consumo, sino más bien con la intensa ilusión intelectual que les prodigan sus variados seminarios y ponencias.

A pesar de lo dicho anteriormente, en esta ocasión no cometeré el error cien veces cometido. No me adelantaré a lanzar conclusiones anticipadas. Harto de planificarlo todo, me limito a considerar mi vínculo con la historia – por el momento - como satisfactorio y positivo. La relación que yo mantengo con dicha disciplina, aunque densa, y por mil noches deseada, dudo que sea determinante en mi destino: no tengo yo el perfil del investigador voluntarioso, la personalidad del silencioso trabajador de los archivos, las intenciones del reflexivo psicólogo del pasado. Yo, por el momento, soy sólo un morboso espectador de los episodios históricos que me han tocado estudiar, un testigo ausente de sus diatribas teóricas y un asiduo comensal de sus banquetes académicos.

Sería, por consiguiente, erróneo y falso afirmar que he decidido alejarme para siempre del derecho. Por el contrario, abrirme paso en este intenso camino intelectual, en el que vengo creciendo a "paso romano", literalmente, me ha permitido reafirmar una serie de fortalezas y talentos que tengo conmigo para ejercer mi profesión bajo parámetros independientes, con amplias posibilidades de éxito. Acaso sea el derecho una de las pocas carreras donde la inestabilidad y el peligro son realmente determinantes para triunfar: un abogado que tiene consigo el incentivo personal de la ganancia no compartida, es en realidad un profesional en extremo peligroso y sagaz, que muy probablemente termine por imponerse y alcance sus objetivos.

Ese es el estado actual de las cosas. El estado de mi cuestión. Intranquilo por el carácter adormitado que estaba tomando mi vida, la misma que hacía agua en una asfixiante estabilidad que no colmaba una serie de subjetivas expectativas mías, tomé la irrevocable decisión de reaccionar para llevar de inmediato mi destino por caminos nuevos, en cuyos trayectos me esperan todavía muchos cambios más. No obstante, habiendo aprendido la lección de esta pequeña fábula, tengo conmigo un arrojo temerario que me permitirá adaptarme a las situaciones que me toquen vivir en el futuro, sin analizar de antemano oportunidades no ofrecidas ni lanzándome a tomar decisiones apuradas. En otras palabras, bajándole un poco el ritmo a la planificación maniática con la que pretendí estructurar mi crecimiento en años anteriores.



Pd: Rescatando del olvido una vieja tradición de Líneas Personales, el hoy descuidado espacio virtual que administro, los dejo con un tema precioso para tranquilizarnos en estas frenéticas épocas de cambio: "Agüita" de nuestro querido Polen peruano (tema inédito).

1 comments:

Ricardo dijo...

Rodrigo, tienes un verdadero talento para escribir. Me alegra saber que no lo descuidas. Un fraterno abrazo.