¿UNA HISTORIA OFICIAL DE LOS INCAS?



Los Incas. Portada de la 4ta. edición del libro de Franklin Pease, publicada en el 2007.

Hace mucho que no terminaba un libro. Ha pasado ya buen tiempo desde la última vez en que cerré las páginas de uno, satisfecho, con intenciones de comentarlo acá, en este expirado y hoy descuidado espacio virtual. Sucede, no obstante, que esta mañana pasó lo contrario: me levanté al alba, no precisamente por voluntad propia y, como aburrido, pensativo, meditabundo, decidí terminar la lectura de un pequeño texto sobre los incas que compré en la universidad no hace mucho, escrito con magistral capacidad de síntesis por el historiador Franklin Pease García-Yrigoyen.

Sobre los Incas, creo haber escrito ya bastante en este personal espacio mío. La materia, sin embargo, me pareció siempre fascinante aunque complicada, difusa, imprecisa: en realidad nadie, ni si quiera los historiadores más experimentados y afamados, pueden relatar con total detalle la forma como estos peruanos antiguos se desarrollaron, la integridad de los pilares culturales tras los cuales organizaron su sociedad, la exacta fórmula de ingredientes que contribuyó a configurar su conquista fatal, por mencionar sólo algunos temas. Y valgan verdades, acaso sea positivo que ello permanezca así: la obsesión por lo desconocido, la curiosidad ávida de detalles sin respuesta, la existencia de preguntas replicadas únicamente con indicios incentiva la búsqueda final de la verdad, que traducida en conocimiento podría llegar a reflejar con matemática precisión el inmenso grado de desarrollo que alcanzó la civilización incaica.

En fin, encontré el libro de Pease interesante y particular puesto que su autor no pretende contestar las interrogantes de las que me he quejado líneas arriba: por el contrario, en su texto él reconoce que la información que manejamos sobre los Incas es mínima incluso en la actualidad, entre otras cuestiones porque los detalles que sobre ellos conocemos fueron, en la mayoría de casos, recopilados por personajes foráneos que los ordenaron en base a sus propias perspectivas conceptuales e inclinaciones político-culturales. Después de todo, tales historiadores, tradicionalmente llamados “cronistas”, escribieron finalmente en periodos de álgida tensión social, en los que se vieron forzados a comparar sus propios valores políticos y religiosos con los de una civilización nueva, abrumadoramente desarrollada pero desconocida y en consecuencia altamente peligrosa.

No resulta, por consiguiente, sorprendente que dichos cronistas hayan construido la historia de los 12 “reyes” incas, entre los cuales contabilizaron al propio fundador del Imperio, Manco Cápac (que según las tradiciones orales andinas tuvo un origen divino), como un personaje histórico. O que para ellos la cuestión de la sucesión del Inca haya tenido que ver con nociones de primogenitura, como la que estaba vigente por entonces en la monarquía española. O que hayan identificado a “Viracocha” como la única deidad andina, que creó el mundo de manera similar a la consignada en la tradición judeo – cristiana (cuando según las tradiciones de los andes, Viracocha fue tan sólo una de las principales deidades, que ordenó a un mundo que se encontraba en estado de caos para luego seguir el camino del sol y perderse en el océano[1]).

Así pues, al momento de la llegada de los españoles, si bien es cierto que existió en algunos de ellos una genuina curiosidad por entender la historia de los incas, se dio preponderancia a los descubrimientos de información que fueran de utilidad para justificar las atrocidades y saqueos que venían ocurriendo. De tal manera, posteriormente, incluso los propios cronistas andinos, como Felipe Guaman Poma de Ayala y Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, criticaron con inocente descaro aspectos de la naturaleza política de sus antepasados: en su Nueva Crónica y Buen Gobierno (1615)[2], el primero llamó la atención sobre el estado déspota y tirano de los Incas; mientras que el segundo se refirió a su historia minimizándola como si se tratara de una fábula o cuento infantil[3]. El carácter violento de la conquista se trasladó así a la investigación histórica, que lejos de encontrar la verdad o recopilar información imparcial, sirvió para justificar la opresión de los precedentes habitantes andinos. Puestas así las reglas coloniales, incluso en materia del que hacer histórico, los historiadores se encontraron forzados a sustentar y justificar académicamente con sus descubrimientos la imposición violenta de una cultura sobre otra.

De tal manera, la historia que hoy conocemos de los Incas puede considerarse sólo en parte confiable. Numerosos investigadores jóvenes, conscientes de esta situación, están acudiendo hoy a los archivos para indagar, en nueva documentación (manuscritos antiguos, papeles judiciales, documentos notariales, diarios de viajeros, etc.), información novedosa que complemente lo poco que realmente sabemos sobre la mencionada cultura precolombina.

Surge, no obstante, la inevitable pregunta: ¿En tiempo de los Incas, cómo se registró la memoria histórica? ¿Cómo se mantuvo el recuerdo de los gobernantes fallecidos, así como de sus principales gestas y logros? ¿Haciendo uso de qué métodos permanecieron invariables las tradiciones culturales andinas?

Salvo descubrimientos ulteriores, a la fecha la respuesta a estas interrogantes se encuentra en los atados de cuerdas tradicionalmente conocidos como “Quipus”. Estos eran un complejísimo sistema de información que registraba datos históricos y de calendario, lista de deidades, lugares sagrados y de información poblacional, además de las prestaciones de trabajo que las diferentes regiones debían al Inca, entre varios otros elementos.

Alegoría. Felipe Guaman Poma de Ayala retrata a un "Quipucamayoc".


Los personajes encargados de administrar, leer e interpretar esta información eran los “Quipucamayocs”. Durante el incanato, estos funcionarios jugaron un rol fundamental en la organización política y administrativa del Imperio, así como en el mantenimiento de su memoria histórica. Ya en tiempos de la colonia, se dio el caso de pobladores del Cusco con descendencia noble que acudieron donde notarios y funcionarios españoles a efectos de que se traduzca en documentos escritos la información contenida en los quipus de sus familias respectivas. Posteriormente, dicho trámite se llamó “Declaración de Méritos Ancestrales” y pretendía ser utilizado por las élites cusqueñas para reivindicar su origen y acceder así a gracias y mercedes de la corona española.

No obstante, con el establecimiento del gobierno español en el Perú, estos quipus comenzaron a ser reemplazados por documentos escritos, perdiendo los Quipucamayocs su rol protagónico y tradicional en la organización social pre existente. Con dicho reemplazo, la manera cómo se registraba la información histórica en los Andes cambió para siempre. Y es en base a dicha nueva metodología histórica, la escrita por los españoles y sus descendientes, que se ha elaborado la historia que hoy se conoce de los Incas.

Quipucamayoc. Retrato artístico de un lector de Quipus (fuente: "El antropólogo Urton descubre las primeras claves del Quipu". Publicado en: http://www.elistas.net, consultado el 18 de septiembre de 2011).


La investigadora Sabine MacCormack[4], reflexionando sobre la crónica de Diego Dávalos y Figueroa (quien publicara su texto en 1602[5]), narra para estos efectos una anécdota sumamente interesante:

A comienzos del siglo XVII, don Diego Dávalos y Figueroa, caballero culto de Lima, se encontraba caminando en las cercanías de Hatunjauja, en la sierra central peruana, con su amigo el Corregidor de la región, con quien departía una variedad de temas eruditos, incluyendo las creencias andinas sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Sobre este asunto, el Corregidor le contó a don Diego una historia de su propia experiencia. Algún tiempo atrás había encontrado en el valle de Jauja a un anciano indígena que llevaba un atado de quipus – cuerdas anudadas – similar a los que habían usado los Incas para guardar información numérica y narrativa. En respuesta a la pregunta del Corregidor acerca del por qué de estos quipus, el anciano le explicó que eran las cuentas y la relación que estaba obligado a dar al Inca – cuando éste retornara del otro mundo – sobre todo lo que había ocurrido en el valle durante su ausencia. En los quipus estaban incluidos todos los españoles que habían viajado por el camino real que pasaba por Hatunjauja, lo que habían pedido y comprado, y todo lo que habían hecho, tanto lo bueno como lo malo (…) Al finalizar el siglo XVI, en todo el Perú el pueblo andino comparaba la administración colonial española con el gobierno de los incas y hallaba deficiente la administración española. La razón de esta conclusión no pasó desapercibida para el Corregidor de Hatunjauja, pues más bien ordenó que el anciano fuera castigado por su lealtad hacia el rey inca, y que sus quipus fueran destruidos[6]”.

Dicha anécdota traduce claramente el choque cultural inmenso que implicó la conquista española de los andes, confrontación que se tradujo en variados ámbitos sociales. La forma de hacer historia fue uno de ellos. En ese sentido, las prácticas incaicas para mantener la memoria histórica, que encontraron en los quipus y sus especialistas un soporte irremplazable, fueron desterradas y suprimidas para ser reemplazadas por un nuevo método oficial: la escritura en papel de nuevos documentos, bajo preceptos conceptuales europeos, destinados a sustentar académica y científicamente la conquista cultural del territorio. La historia que hoy conocemos sobre los Incas, fue en gran parte producto de dicha nueva tradición.

Franklin Pease reconoce aquello en su libro e identifica la tarea que se encuentra por delante de las nuevas generaciones de historiadores: la de ir nuevamente a los archivos, recurrir a una nueva serie de documentos y encontrar en alguna parte de ellos, acaso leyendo entre líneas, interpretando una vez más el sentido de las palabras, una historia que esté concentrada en comprender las propias experiencias de los pobladores andinos, en la que ellos y su cosmovisión sean los verdaderos protagonistas. Después de todo, acercarnos a una memoria histórica más objetiva e imparcial de nuestro pasado precolombino constituye un asunto que es también importante para el Perú republicano de hoy y reviste, por lo tanto, una actual y plena vigencia.







[1] Pease García-Yrigoyen, Franklin. Los Incas”. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, cuarta edición, 2007.
[2] Felipe Guaman Poma de Ayala escribió su “Nueva Crónica y Buen Gobierno” entre los años 1585 y 1615, pero sus relatos no fueron publicados hasta las primeras décadas del siglo 20.
[3] La crónica de Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua se tituló “Relación de cómo los españoles entraron en Pirú y el subceso que tuvo Mango Inca en el tiempo en que entre ellos vivió” y fue concluida en 1570.
[4] Mac McCormack, Sabine. “En los tiempos muy antiguos… Cómo se recordaba el pasado en el Perú de la Colonia Temprana”. Publicado en: Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, Número 7. Quito: Corporación Editorial Nacional, 1995.
[5] Dávalos y Figueroa, Diego. “Miscelánea Austral”. Lima, 1602.
[6] Mac McCormack, Sabine. “En los tiempos muy antiguos… Cómo se recordaba el pasado en el Perú de la Colonia Temprana”. Publicado en: Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, Número 7. Quito: Corporación Editorial Nacional, 1995, pp. 4.