EL ESTADIO Y NOSOTROS

Fotografía del Estadio Monumental, un domingo por la tarde.

Los periodistas tras la pantalla hablan del partido. Venden victoria. Repasan los goles pasados. “En Lima no nos ganan”, repiten una y otra vez, pretendiendo crear optimismo. “Será muy difícil”, reflexiona Rodrigo mientras mira su reloj, enterándose sorprendido que en tan sólo un par de horas empezará el partido.

Suena el timbre. Es Dante, su primo. Ha venido con un amigo, Sergio. Ambos visten la camiseta peruana. Están confiados, sonrientes, felices. “Hoy día el Gavilán nos lleva al mundial”, le dice al saludarlo Dante, notando a Rodrigo nervioso. Ni bien se han sentado a la mesa cuando llegan los Diegos. Ambos son amigos de Rodrigo e irán también al estadio. El grupo está formado y el tiempo apremia. Los cinco uniformados salen a la avenida y esperan por un taxi en la esquina. Una camioneta pasa por ahí con un niño en la ventana que les grita “¡Vamos Perú!”.

Los jóvenes se miran, se ríen: forman parte del equipo.

Paran un taxi. “¿Maestro, cuanto al monumental?”, pregunta Dante al chofer, que es un señor mayor. Este les hace precio. No puede evitar sentirse solidario con ellos. Él también iría al Estadio si pudiera. “Hagan que sientan la localía”, les dice cuando todos se han subido y emprenden trayecto hacia Ate.

En el camino los temas son diversos. Todos ensayan sus alineaciones. Repasan un poco la historia. “En fútbol siempre hemos sido mejores que los chilenos”, dice Diego López de Romaña. “Es imposible que nos ganen en Lima”, afirma Diego Carrillo. “¿Qué carajo hace Tongo vendiendo loterías?”, se increpa Dante mientras Sergio, un poco más distendido, hace mención del 6 a 0. “Ahí si les dimos como a hijos”, menciona contundente. Rodrigo habla sobre la pelea de Melcochita y Jimmy Santi que ha visto en Youtube. “Ese Santi es bravo”, afirma luego de comentarles sobre la demoniaca canción de cumbia que presentó "chin chin" en Magaly TV. Sin darse cuenta, los 5 convierten ese pequeño taxi en un reducto de peruanidad hablando de cosas comunes, intrascendentes y banales. Mencionan a Melcochita, a Magaly, a Tongo, a Miguel Grau, a Pizarro y a Farfán. En fin, en ese viejo y miserable taxi, un pedacito del Perú va camino al estadio.

Conforme se acercan, el tranquilo y miraflorino domingo va quedando atrás. Ahora en Ate las veredas están llenas de hinchas, de padres e hijos, de parejas jóvenes que van de la mano, cruzando las calles, deteniendo el tráfico, haciendo alboroto. Buses llenos de hinchas se abren paso tocando bocina, con sus pasajeros gritando por las ventanas. Los policías intentan poner orden pero no usan la fuerza. Son cómplices del pueblo. Su marcialidad se ha disuelto en la marea roja y blanca que ha ocupado la avenida.

Al final de esta se vislumbran ya las cremas tribunas del Estadio Monumental.

La gente se dirige al Monumental a pie.

Pronto, el taxi no puede avanzar más. El tumulto lo ha detenido. Los 5 saben que es momento ir a pie. Se bajan apurados y empiezan a caminar, perdiéndose en el caos rojiblanco que se dirige de forma unísona al estadio. “Y esto a pesar de que estamos ya eliminados”, piensa en silencio Rodrigo, sorprendido por la cantidad de personas que se ha dado cita al coloso de Ate.

Las puertas de entrada están abarrotadas. Desde fuera, se escuchan los bramidos furiosos de los asistentes que ya están instalados en sus asientos. Diera la impresión de que ingresan al cráter furibundo de un volcán. Aleco, un amigo que está en Arequipa, llama a Diego López de Romaña por celular. “¿Donde mierda están?”, pregunta enojado. Diego le contesta que ya están entrando, que hay mucha gente. Aleco le dice que se apure, que las cámaras de televisión están enfocando a los chilenos, y que estos hacen más bulla que todo el estadio junto. “No dejen de alentar, que hoy nos comemos a los rotos”, agrega antes de colgar.

Hinchas peruanos con bandera haciendo alusión al siempre pacifista lema chileno de "Por la razón o por la fuerza".

Finalmente llegan al control de entrada de la tribuna Oriente - Baja. La policía, aunque es numerosa, se mantiene pasiva, colaborando con los hinchas. Más de un oficial tiene una radio en la mano, escuchando atentamente la antesala del encuentro.

Cuando han pasado el último control de seguridad, los 5 se dirigen al túnel de ingreso a su sector. Atraviesan el área de los palcos y, entre la multitud de cabezas que se encuentra en su delante, comienzan a notar el verdor del gramado de juego. La vista es sorprendente. Las tribunas llenas, descendentes, dieran la impresión de ser un huracán colorido que nace del verde del pasto donde, ya por más de un siglo, los hombres han competido ante el pueblo. Al frente, en occidente, hay un grupo de hinchas chilenos. Sus camisetas rojas y azules los delatan frente al estadio, que les chifla e insulta constantemente. “Increíble”, piensa Dante: es la primera vez que va al Monumental. En la pantalla eléctrica del estadio se pasan imágenes de las goleadas que Perú le ha encajado a Chile. Son recuerdos hermosos. Mientras van a buscar sus asientos (se encuentran casi colindantes con la tribuna norte), Rodrigo comenta sorprendido que no hay un sólo hincha chileno fuera de occidente. “No creas, mira”, le contesta Diego López de Romaña señalándole a un hombre absolutamente sólo, que se encuentra parado en la tribuna, llevando la camiseta roja de la estrella solitaria en el pecho. “¡Sácate ese trapo, roto de mierda!”, le grita la gente al notar su presencia. Sin embargo, el hombre sonríe tranquilo. “Vamos, que gane el mejor” contesta a los hinchas peruanos, manejando bien los códigos del fútbol.

Hinchas chilenos alentando a su equipo.

Ya en sus asientos, todos se preparan para el partido. En la tribuna norte, la hinchada del Universitario de Deportes anima al equipo de todos. Han hecho una banderola crema grande, con el rostro de Miguel Grau y el escudo peruano. Se leen otras pancartas con temas relativos al pisco y al mar. De cuando en vez, el “¡chi-chi-chi-le-le-le!” retumba en el estadio, antes de ser apagado por un ensordecedor grito de “¡Perú! ¡Perú! ¡Perú!” y del popular “poropopón…”.

La Trinchera Norte con la banderola de Miguel Grau.

Los equipos salen a la cancha. Los once guerreros blancos están ahí, impecables, cautos y serenos. La banda roja de su pecho trae a colación épocas memorables de fútbol pícaro y quimboso. También salen los chilenos. Sus cabellos largos y reducida estatura los pintan como un equipo bravo de valientes mapuches que dan batalla siempre, sin importar la cancha o lugar en que jueguen. Ahí están nuevamente Perú y Chile, en estos casi 200 años de historia republicana, frente a frente, dispuestos a rasgarse las vestiduras y a “matarse” por la victoria.

Ahí están, frente a frente, Chilenos y Peruanos.

Empiezan los himnos. Primero el de Chile. Los chiflidos e insultos remecen las paredes del Monumental. No se escucha nada. Resuena el “poropopón…”. Aquél 4 a 0 en Santiago del 98’ flota en la memoria colectiva. “Abuchearon nuestro himno, nos maltrataron”, comenta la gente en las tribunas, aplicando el “ojo por ojo” sin ningún remordimiento.

Termina el himno de Chile. A pesar de haber sido cantado con alma y corazón por los chilenos de occidente, no se ha escuchado su melodía. “Esta es nuestra casa”, piensa Rodrigo orgulloso.

Ahora es el turno del himno peruano. La gente se pone de pie. El “Somos libres”, retumba en todo el Perú. La multitud emotiva canta a voz en cuello, apretándose unos a otros en las tribunas. Ahí están los 2 sexos, todas las edades y todas las clases sociales. Ahí resuena la melodía que vio nacer a Iquique y Arica, la que escucharon los marinos del Huáscar camino a la gloria, la que cantaron Vallejo, Mariátegui y González Prada en el colegio. La patria flota en el aire y se ha dado cita ahí, en Ate, alrededor del fútbol, para buscar reivindicación ante nuestro histórico rival. El “¡¡Viva el Perú!!” es consigna oficial y el estadio lo reclama, gritándolo ante el cielo. Los jugadores chilenos miran las tribunas sorprendidos. “Vamos a ganar”, se dice Rodrigo confiado, cuando siente la resaca del himno emotivo, que lo ha obligado a sentarse un momento.

El himno peruano termina y la algarabía estalla en el estadio.

Los equipos están listos. La gente se persigna.

Se mueve el balón.

Empieza atacando Perú. Como un rayo desenfrenado parte a la carga, a buscar a Chile en su campo. La gente se emociona. Chile recupera el balón. Los chilenos juegan tranquilos, ordenados. “Aquí estamos los chilenos y no tenemos miedo”, parecen decirle al monstruo popular que espera una fácil victoria peruana. Parte Chile por la izquierda. Sacan un centro. Remate. Gol.

Retumba en el estadio el júbilo chileno. Todo Lima se ha quedado en silencio. Los jugadores peruanos no lo pueden creer. El gavilán Fano baja la mirada. Butrón cubre su rostro. Chemo del Solar está sentado, asustado y pálido. El loco Bielsa no celebra. Él sí sabe de fútbol. Organiza rápidamente su equipo. Replantea su estrategia ante el nuevo marcador. El entrenador peruano sigue sentado. “Qué va a ser de mí”, parece decirse asustado, escuchando el ensordecedor silencio que baja de las tribunas.

Bielsa ordena mientras Chemo reclama, se queja, sin obtener resultado alguno.

Perú vuelve a mover el balón. No han pasado ni tres minutos y ya está perdiendo. Dante, Sergio, Diego López de Romaña, Diego Carrillo y Rodrigo guardan silencio. Pareciera como si quisieran echarse la culpa unos a otros. “Les dije”, “Tanta huevada para esta cojudez” “¿Para esta mierda me hacen venir?”, son algunos de los pensamientos que recorren su mente.

Sin embargo la gente no pierde las esperanzas. Piensa que es un recodo en el camino. “Vamos a empatar”, dicen los padres a sus hijos en la tribuna. Perú intenta. Arma jugadas. Chile retrocede. Está en su campo. Fano la lucha. Tiene espíritu serrano. La gente lo aplaude. Chile vuelve a atacar. Suazo se desmarca, toca en el área. Vargas marca. El chileno cae. Penal para Chile. Gol.

Suazo hace el segundo gol y enmudece el Monumental.

Rodrigo cierra sus puños. “Cómo se atreven…” se dice furibundo mientras mira la decepción de la gente a su alrededor. Su ira aumenta más cuando ve, en la barra chilena, una bandera alusiva a Arica, Iquique y la guerra. En Lima, de nuevo, Chile derrota al Perú. Pero ahora había una diferencia: él era testigo de esa derrota. Él había comprado su entrada de 80 soles. Él había hecho la cola en Wong. “Cómo se atreven…”, se repite iracundo.

Chemo continúa sentado, queriendo que todo termine. No vamos ni en la mitad del primer tiempo y los jugadores peruanos parecieran estar destruidos, desmoralizados, tristes y derrotados. Dante no lo puede creer. Por su mente surcan las jugadas de César Cueto, del Nene, del Granítico. “El pueblo peruano no merece esto…” se dice triste, mientras observa envidioso la felicidad de los hinchas chilenos que ahora sí despliegan sus banderolas atrevidas, sacándole en cara al Perú su derrota de 1879.

De pronto, como haciendo suyo el resentimiento y la tristeza de 30 millones de almas, el Gavilán encara y marca el descuento. Su voluntad de hierro rompe la defensa chilena y le grita al Perú entero que esta noche no va a perder. Que él está ahí para luchar por todos. Que el Perú va a ganar. La hinchada estalla en júbilo. La vida vuelve al estadio. Chile, al notar que su triunfo puede no ser absoluto, empieza a mostrarse nervioso, asustado, errante.

Johan Fano marca el descuento.

Termina el primer tiempo y el 2 a 1 ha hecho renacer la esperanza.

Los 15 minutos no se sienten y de nuevo están en el gramado peruanos y chilenos, con energías renovadas y voluntad de triunfo.

Se mueve el balón.

El partido está reñido. Ambas escuadras se atacan, se faltan el respeto, pero es de Chile todavía la victoria.

Falta del loco Vargas. Tarjeta roja. Chile lo celebra. Acostumbrados a ganar por cualquier medio, saben que el lateral peruano es una pieza importante en el equipo de Chemo. “Ya ganamos”, piensa la gente en el sector chileno de occidente. Sin embargo, Perú no pierde las esperanzas. Sigue atacando, aunque desordenadamente. El apoyo de la hinchada continúa. “Diosito por favor sólo un gol, no importa empatar”, es el tenor de las miles de oraciones religiosas que se están llevando a cabo por todo el territorio peruano en esos momentos.

Fue una noche para el olvido de Juan Manuel Vargas, que se hizo expulsar en el segundo tiempo.

Chile ataca. Se hace el silencio. Son 4 contra 2. Avanza la delantera chilena. La toca el Mati' Fernández. Gol de Chile.

Todo ha terminado. El 3 a 1 es una triste realidad. Lo que sigue es mero trámite. La gente deja las tribunas. Pasan los minutos y Perú sigue mal. Se salva de más goles. Chemo, en su fuero interior, sigue pidiéndole al árbitro que termine el partido. Telepáticamente, este le hace caso. Perú ha perdido en Lima, en su casa, ante Chile por 3 goles a 1.

3 a 1 y todo Chile celebra.

Ya en la avenida, nuevamente en un taxi, todos hacen sus especulaciones. Rodrigo intenta convencerlos sobre la posibilidad de jugar en el Cusco. “Debemos descentralizar el deporte, hacerlo una cuestión verdaderamente nacional”, afirma convencido. Para Diego Carrillo se deben ir todos. “Chemo es un embustero, no sé porqué nadie no lo saca a la fuerza”, se lamenta. Sergio, por su parte, siempre más tranquilo que el resto, comenta que es mejor que Perú no juegue más las eliminatorias, pues el equipo está para ser humillado por todos. Diego López de Romaña, a su vez, habla sobre la expulsión del Loco Vargas y su impacto en el partido. Todo ello mientras Dante, silencioso, continúa con la mirada en la ventana, absorto en profundos pensamientos.

El taxista maneja el carro en silencio. Pareciera que está acostumbrado a este tipo de conversaciones. Se concentra en la ruta y acelera.

Pronto, Ate ha quedado atrás, y la noche dominical miraflorina vuelve a sumergir a todos en su manto de silencio y tranquilidad.