EL QUECHUA Y NUESTRA IDENTIDAD


Manual de Identidad. Libro de Soto Ruiz, publicado por el IEP, para difundir la enseñanza del quechua.


En febrero de este año, la UNESCO declaró al quechua como un idioma en peligro de extinción. Así, el citado organismo internacional llamó la atención del Perú sobre un problema que, por más bochornoso y decepcionante que parezca, parece no levantar mayor debate en nuestro país.

Personalmente, considero que éste es un tema de importancia trascendental, cuya verdadera magnitud ha sido reconocida por pocos individuos. Para mí, el riesgo de extinción del quechua es sólo un ejemplo, quizá el más simbólico, de un gravísimo problema histórico, estructural y endémico. De un problema que ha generado resentimientos, racismos y segregaciones. Del irredento mal que significa para el Perú la falta de identidad, cohesión y unidad social.


Pocos peruanos desconocen la existencia de este problema. Todos sabemos que nuestro país es un país desunido, fragmentado y desigual. Y sabemos que tales características han acompañado al Perú durante toda su existencia republicana. No obstante, diera la impresión que nuestra clase política, así como la sociedad civil, carecen de la intención de redescubrir, para el país, los cimientos mismos de su identidad. Y lo que es peor es que, si la afirmación anterior es errada, entonces se ha adoptado una postura pasiva y puramente económica al respecto.


Así pues, en primer lugar, existen los peruanos que creen que el concepto mismo de identidad nacional, vinculado a una hipotética revitalización del quechua, es retrógrado, obsoleto e inútil. Para ellos, la juventud debería aprender el inglés antes que nada, ya que todo idioma restante carece de utilidad para integrar al Perú con el mundo. Tal punto de vista, corto y en exceso materialista, considera que el desarrollo del país tiene que ver con el hecho de dejar precisamente de lado conceptos como el de identidad nacional, para que sea el Perú el que se integre a una identidad extranjera, supranacional y utilitarista.


Al respecto, debe ser dicho que no existe nación sobre la tierra, que pueda jactarse de ser avanzada, cuya sociedad no descanse sobre una sólida identidad nacional. Países como Inglaterra, Alemania, Francia, China, España, Rusia, Japón, por mencionar sólo algunos, se han establecido sobre una serie de valores políticos, sociales y culturales que definen a sus pueblos y los hacen únicos e identificables. Por otro lado, si el Perú está desintegrado en su cénit, ¿Cómo podría integrarse con el mundo? ¿Cómo podría formar parte de un ordenamiento superior si su orden interno carece de unidad? Tal integración, además de ser superficial, tan sólo aumentaría las diferencias sociales del pueblo, pues operaría sobre conceptos elitistas y crudamente desiguales.


En segundo lugar, están los que creen que nuestra identidad nacional se definirá en la medida que nuestra economía continúe creciendo, generando entre la población lazos comerciales que la integren, a su vez, en una comunidad social definida, estable, dotada de una identidad particular y diferenciable. Ése sector considera que nuestra identidad se hará más sólida conforme pase el tiempo, siempre y cuando la economía se articule en base a la libre y beneficiosa cooperación de nuestras comunidades, ciudades y pueblos.


Sin embargo, es importante señalar que el avance económico, por sí sólo, no definirá nuestra identidad nacional ni cohesionará socialmente al país. Prueba de ello son nuestros 188 años de historia republicana, que jamás encontraron, ni siquiera en un solo periodo, a una sociedad peruana compacta, unida y consciente de su identidad; 188 años que, en contraste, sí fueron testigos de la aplicación de diversas políticas económicas que nunca lograron unificar a los miles de pueblos que habitan el Perú.


La existencia de este problema, por otro lado, ha determinado que existan graves distorsiones al interior de nuestra sociedad. Peruanos que, compelidos por un sentido falso de “occidentalización”, sienten desprecio y vergüenza por todo lo que es autóctono y originario. Familias que, a veces involuntariamente, crían a sus hijos en la intolerancia del racismo. Verdaderos seres “huachafos” que prefieren, a ojo cerrado, todo lo extranjero ante lo nacional.


Esta distorsión y división social, además, se encuentra respaldada por una especie de “oficialización política” de la desunión. Así, por ejemplo, veremos que grandes avenidas del Cusco y de otras ciudades del interior llevan su nombre en honor a peruanos precolombinos que murieron durante la conquista, víctimas del racismo y la persecución de un sistema absolutista; mientras que en Lima, las mismas grandes avenidas y boulevares llevan el nombre de conquistadores que, precisamente, acabaron con la vida de los primeros.



Plaza de Francisco Pizarro. Ubicada junto a Palacio de Gobierno, el monumento a Francisco Pizarro grafica bien las contradicciones históricas de país. Actualmente, dicho monumento ha sido transferido al Parque de la Muralla en el Rímac.


Yendo todavía más lejos, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que la causa de numerosos problemas históricos, tales como el racismo estructural de la sociedad peruana, las derrotas militares de la república, la existencia del terrorismo, la corrupción de nuestra clase política, entre otros, tienen su correlato en la falta de identidad nacional. Una falta plagada de soberbia, de individualismo superfluo, pero ante todo de una ignorancia atrevida que ha determinado la exclusión de vastos sectores de la población en el devenir histórico y político del Perú.


Ahora bien, si numerosos peruanos estamos de acuerdo en que nuestra falta de identidad es un lastre grave que ha afectado al país desde tiempos virreinales ¿Cómo podemos permitir que lo originario, lo puramente peruano, se pierda, se extinga y difumine ante un pasado que fue, y podría no ser más, cautivante y mítico? ¿Cómo no vamos a exigir que las características históricas que nos definen, que resistieron incólumes más de 300 años de opresión, caigan ahora, cuando gozamos de una libertad e independencia mayor?


Muchas personas consideran que éste es un tema del que se tienen que encargar, exclusivamente, los partidos políticos. Pero en el Perú aquellos son inexistentes. No existe uno sólo cuya ideología esté erigida sobre interpretaciones particulares, complejas y únicas de la historia nacional. Ninguno se ha establecido, jamás, sobre la base de preceptos puramente peruanos, auténticos, que sean oriundos de esta tierra. La mayoría de nuestros partidos, sino todos, son copias simples de corrientes políticas externas que, antes de servir al país o reforzar su identidad, pretenden reclutarlo para hacer uso de él en sus pugnas políticas individuales (la intervención de Hugo Chávez en el partido “nacionalista” de Ollanta Humala es un claro ejemplo de ello).


Pero incluso dejando afuera a los partidos políticos, y concentrándonos en la sociedad civil, veremos que en ella está interiorizada la noción de que el verdadero capital del país, el factor distintivo de esta tierra, está constituido únicamente por su diversidad de paisajes y riquezas naturales; cuando se deja de lado, o no se quiere ver, que el verdadero capital del Perú, el más poderoso de los capitales, el que lo hace diferente y único, es su historia y raigambre milenaria.


Herencia Única. Grafica de la sierra y la selva, unidas a pesar de las distancias por la organización de las culturas precolombinas.


El quechua es un baluarte de incalculable valor de ese pasado y herencia única. Y su pérdida no puede ser tolerada. Por el contrario, los peruanos deberíamos fomentar su aprendizaje, reencontrándonos con una raíz cultural que nos es indivisible, que parte de una concepción del mundo diversa, tolerante y profundamente americana.


En un Perú ideal, los jóvenes deberían aprender quechua desde la más temprana edad. Colegios públicos y privados, de todas las regiones, deberían impartir su enseñanza. De tal modo, los jóvenes serían hábiles en el manejo de un hermoso y completo idioma, encontrando en su práctica un factor que los hermane y dote de características comunes; características que hoy, entre nuestra juventud, son prácticamente inexistentes.


Es importante abrir los ojos. A pesar de que la propuesta de revitalización del quechua generaría oposiciones y suspicacias de diverso tipo, debemos ser entender que la identidad nacional es una condición determinante, fundamental, importantísima para alcanzar el desarrollo. Y ello hay que tenerlo presente ante el amplio número de peruanos que, de antemano, rechazaría su planteamiento (este grupo, en su mayoría, estaría compuesto por hombres y mujeres que se han desarrollado en un Perú sin identidad ni cohesión, hecho que ha determinado que ellos, y a veces su descendencia, padezcan inconscientemente de un racismo crónico que los hace detestar todo lo que el país tiene de diverso y multicultural).


No debemos engañarnos. La lucha por la proliferación del quechua corresponde, casi de modo exclusivo, a la nueva generación. Es ésta la que debe tener la capacidad y el vigor necesario para refundar el país sobre una base más tolerante, equitativa y orgullosa. Sobre una base que ponga fin, de un solo punta pié, a los 188 años de historia fragmentada, segregacionista y disgregada que ha tenido siempre el Perú republicano.


Así pues, esta generación debe observar ejemplos como el de Irlanda, pueblo que, a pesar de su historia difícil, mantiene hasta la hoy la enseña del gaélico; o el de Paraguay, país en el que se imparte la enseñanza del guaraní a los jóvenes desde el inicio de su vida escolar: ejemplos ambos que demuestran que la identidad nacional no es un valor inalcanzable, sino posible, científico y veraz.


No negaré que guardo la esperanza de que, algún día, peruanos de diversas latitudes puedan comunicarse, además del español, a través del quechua. Peruanos que, a pesar de ser oriundos de comunidades y regiones distintas, estarán unidos por el vínculo inquebrantable y cohesionador del idioma propio.


La UNESCO nos ha llamado la atención.


Con suerte será la última vez.


Sería difícil justificar, ante nuestra descendencia y el mundo entero, la pérdida y extinción del quechua. Más aún si nuestra identidad nacional es todavía dúctil, incipiente, elemental; y si éste es un idioma rico, completo y profundamente original.


2 comments:

Anónimo dijo...

Lúcido, soberbiamente lúcido.

Anónimo dijo...

excelente punto de vista