LOS SABLES Y SUS UTOPÍAS


Sables y Utopías. Carátula del último libro publicado por Mario Vargas Llosa, que es una compilación de sus principales artículos políticos.

Sables y Utopías es un libro revelador. Un documento interesante. Una selección acertada de artículos políticos de Mario Vargas Llosa, efectuada por el Antropólogo colombiano Carlos Granés, que ha permitido al autor de La Ciudad y Los Perros” transmitir, en una obra bien estructurada, su ideología política. Una ideología que, a pesar de ser harto pragmática y objetiva, no puede disimular el intenso y difícil amor que siente su autor hacia el destino histórico del Perú y Latinoamérica.


Personalmente, la visión política de Mario Vargas Llosa me ha cautivado porque resalta lo aguda, viva y apasionada que es la realidad latinoamericana. Porque demuestra que sus dilemas y contradicciones afectan, por igual, a una amplia gama de individuos, cuyo número y género es capaz de trascender fronteras. Y porque, al menos ante mis ojos, se trata del pensamiento político de un intelectual excepcional, cuyas nociones integristas y libertarias, verdaderamente americanas, no pretenden ser implementadas desde campamentos guerrilleros subversivos, ni desde el populismo e ilegalidad de los gobiernos dictatoriales.


Algo sorprendente de este libro (a pesar que podría ser catalogado como de doctrina liberal) es que, constantemente, muestra la inconformidad de Mario Vargas Llosa con el liberalismo como ideología política, como cuadro partidario, como noción colectiva. Para él el liberalismo tiene que ver con la conjugación de valores culturales basados en el respeto a la democracia, la libertad y la legalidad. Lo demás, lo partidario, lo politiquero, no puede llevar el nombre de liberalismo; para el autor la conglomeración ciega de los hombres, tras cualquier ideología política, sea esta liberal, social, o nacionalista, termina siempre restringiendo la libertad individual y sus valores fundamentales.


Por otro lado, a pesar de tener constantes referencias a Latinoamérica, el libro aborda grandes partes de la historia reciente del Perú. Quizá inconscientemente, muy en el fondo de sí mismo, Vargas Llosa aún se siente vinculado al destino final de su país. A pesar de su pesimismo, de un pragmatismo que podría considerarse frívolo, él - al comentar con sentimental ahínco las protestas y demás sucesos que caracterizan la historia del Perú – se descubre como un patriota apasionado, como un literato febril que, en el fondo, guarda tiernos y dulces recuerdos de su infancia, del lugar donde aprendió a escribir, de la tierra que incluso pudo gobernar si es que la historia y sus mandatos se lo hubieran permitido.


Mario Vargas Llosa. Fotografía del escritor peruano, ya de 73 años de edad.


Hubo varios artículos que llamaron mi atención. Sin embargo, para efectos de esta somera revisión, he considerado sólo dos. El primero de ellos lleva por nombre “Los Hispanicidas”, y viene a ser una crítica bastante fundamentada, pero con la cual discrepo diametralmente, sobre el retiro de la estatua de Francisco Pizarro de la Plaza Central de Lima. Y el segundo está titulado “¿Libertad para los Libres?” y es una reflexión de Vargas Llosa en respuesta a la declaración que hiciera el autor del “Tambor de Hojalata”, Günter Grass, hace unos años, en la que afirmó que los países latinoamericanos no resolverían sus problemas mientras no siguieran el ejemplo de Cuba.


Así pues, daré inicio a esta breve crítica.


Es el turno de “Los Hispanicidas”.


En este artículo, un molesto Vargas Llosa manifiesta su inconformidad con el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, por retirar “entre gallos y medianoche” a la estatua ecuestre de Francisco Pizarro; una estatua que cabalgó junto a palacio de gobierno, en un pequeño recuadro de cemento, al centro de una pequeña plaza nombrada en su honor.


Para el literato peruano, tal acto, llevado a su simbolismo máximo, pretende abolir la vertiente española de la peruanidad. Y la pretende abolir en el nombre de un sectarismo nacionalista crudo y fanático. En el nombre de una demagogia populista, totalmente superflua y electorera, que pretende convencer a los peruanos que la herencia española no les es tan indivisible y auténtica como la incaica o precolombina.


Así pues, el retiro de Francisco Pizarro del centro limeño tendría que ver con un cierto desprecio por la herencia española. Por un desdén disimulado y encubierto hacia la lengua de Cervantes, la religión cristiana, el renacimiento y la ilustración. Un descrédito tan ingenuo e ignorante como el que proclamaba que ser alemán era ser ario puro, o que ser japonés era ser sintoísta, o que no se puede ser árabe sin ser musulmán.


Al respecto, puedo decir que, ni bien terminé de leer este artículo, cuando entendí que Vargas Llosa forma parte de una generación distinta a la mía: él fue testigo del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1978). Un gobierno en el que, con la finalidad de fomentar la identidad nacional, se pretendió “Incanizar” a la sociedad peruana. Devolverla frontalmente a sus orígenes. Por lo tanto, su reacción ante el acto del alcalde limeño no fue imparcial. Al contrario, ésta estuvo condicionada por la experiencia del absolutismo militar. Por el temor inconsciente que tal muestra de nacionalismo, de peruanismo dogmático, de colectivismo urbano, pudiese significar, al cabo de unos años, la pérdida de la democracia y el advenimiento de una tiranía indigenista y, acaso, verdaderamente hispanicida (las noticias sobre los Humala, al parecer, retumban más en el exterior que en el Perú).


Yo, en más de una ocasión, me he pronunciado en Líneas Personales al respecto de la herencia colonial y, específicamente, respecto a sus símbolos supervivientes. Sin embargo, en el caso específico de la estatua aludida, la misma fue retirada no porque representase a la cultura española ni a su interesante historia. Sino más bien porque la imagen de este soldado a caballo, con la espada desenvainada, presta a cometer asesinatos, era una ofensa a la civilidad multicultural, a la tolerancia. Así, tal estatua no sólo era lesiva a la peruanidad, sino también a la cultura española, pues resaltaba sólo sus aspectos violentos, absolutos y racistas: aspectos que, en el amplio y rico bagaje cultural español, constituyen sólo una minoría.


Así como en el Perú de hoy se pretende rescatar el carácter tolerante, unitario y equitativo del imperio incaico, y no su potencial militar ni naturaleza expansionista, los peruanos no podemos rescatar de la conquista su carácter militar, opresor y racista. Por el contrario, rescatamos su legado científico, artístico y cultural. ¿O acaso algún peruano se atreve a despreciar los cuadros de la escuela cusqueña, con sus arcángeles y santos españoles, por considerarlos lesivos a la peruanidad? ¿Acaso alguien se ha atrevido a criticar las hermosas catedrales, con sus altares fastuosos y arquitectura magnífica, de imponente y creativo arte español?


Vargas Llosa pretende rescatar lo universal, lo mestizo, lo diverso de la cultura peruana condenando el retiro de la estatua de Pizarro. Pero cae en una contradicción estrepitosa. Pues esa estatua fue puesta ahí, precisamente y hace varios años, por un sector social prejuicioso que, de manera acaso inconsciente, sentía poco menos que asco por todo lo que el Perú tenía de autóctono y originario. Y, evidentemente, no contribuye a fomentar el respeto a la diversidad y la tolerancia la admiración, y casi veneración, de este tipo de estatuas, pues éstas resaltan sólo lo absoluto, lo totalitario, lo violento (la imagen militar de Pizarro); y representan, además, la conducta de sectores minoritarios que están muy lejos de expresar lo que peruanos y, estoy seguro, españoles quieren, como remembranza de su pasado, para sus paisajes y lugares públicos.


En “¿Libertad para los Libres?”, en contraste, la opinión de Vargas Llosa es sumamente acertada. La creación de este artículo parte de una declaración realizada por Günter Grass, quien se encontraba de visita en Nicaragua, en la que afirmó que los países latinoamericanos debían seguir el ejemplo de Cuba para solucionar sus problemas.


Tambor de Hojalata. En la imagen Günther Grass recibiendo el Premio Nobel de la Literatura el 10 de diciembre de 1999.


La contradicción que detecta Vargas Llosa, sin embargo, en esta declaración, data de un tiempo anterior. Y ésta tiene que ver con una polémica desatada en Alemania, a raíz de unas declaraciones anteriores de Grass, en las que había afirmado públicamente que él no creía en la violencia como método para resolver las diferencias políticas. Y que, a este respecto, los alemanes estaban bien instruidos, por su reciente historia, sobre lo peligroso que puede ser utilizar o aceptar el uso de la fuerza como argumento en el debate político.


Entonces Vargas Llosa, con justa razón, se hace la pregunta, ¿Cómo este novelista, con una posición evidentemente democrática y pacifista, quiere para Alemania el diálogo, la conciliación, la continua negociación política y para Latinoamérica aconseja el empleo de la “solución cubana”? ¿Por qué para América Latina lo ideal es la revolución, la toma violenta del poder, la colectivización forzosa, el dirigismo cultural, la represión y para Europa lo es la libertad, la legalidad democrática, el pacifismo, la tolerancia y el respeto a la pluralidad de opiniones políticas?


La respuesta a tales preguntas tiene diversas aristas. Pero Vargas Llosa expone la suya de modo brillante. Cuando un intelectual europeo o norteamericano defiende para Latinoamérica opciones que no toleraría jamás para su país de origen, en realidad está manifestando, según él, un escepticismo abrumador sobre la capacidad del continente para evolucionar y procurar los sistemas de convivencia democrática y legalista que han hecho de los países occidentales lo que son.


Es difícil estar en desacuerdo. Se trata pues de una actitud inconsciente, prejuiciosa, inadvertida, que considera a Latinoamérica como una región que es incapaz de alcanzar su desarrollo y libertad por las vías legales, democráticas, y que, por consiguiente, requiere del garrote represor de un gobierno totalitario que “domestique” a sus clases sociales, a fin de que la igualdad y la legalidad sean impuestas a como dé lugar.


No debemos olvidar, además, que la imagen de una Latinoamérica romántica está instalada en la mente “colectiva” del primer mundo. Y ésta es una imagen soñadora, de un continente de aventura, de nativos explotados, de guerrilleros idealistas, de “Robin Hoods” andinos que quieren liberar a los pueblos explotados de la región.


En la actualidad, por ejemplo, diversos actores e intelectuales norteamericanos se codean con Fidel Castro o Hugo Chávez. Pero no debemos confundirnos. Nadie, como los latinoamericanos, sabemos cuánto daño le han hecho a este continente las dictaduras, las guerrillas, el uso de la violencia y la intolerancia en el debate político. No son europeos ni norteamericanos los que sufren hoy la persecución política y violaciones a los derechos humanos en Cuba, ni son ellos los que sufrieron las desapariciones, torturas y miserias que infringieron a este continente las dictaduras militares de los 70 y 80.


Así pues, Vargas Llosa rebate, pero a la vez entiende, la declaración de Günter Grass: su frase goza de una parcialidad plagada de paternalismo, de prejuicio, de desprecio inconsciente. De un dualismo político, pernicioso pero inocente, que durante muchos años inyectó confianza y optimismo a las fuerzas violentistas y totalitarias de nuestro continente.


Voy terminando.


Recomiendo pues, por todo lo dicho hasta ahora, la lectura de Sables y Utopías. A pesar que discrepo con su autor en algunos puntos, debo reconocer que en sus páginas se respira un compromiso y responsabilidad altruistas, que se encuentran dedicados frontalmente al fomento de la libertad continental. Una libertad que debe ser un fin en sí misma, que no debe tolerar, jamás, la represión totalitaria de una dictadura (ya sea ésta de derecha o izquierda); y que debe combatir, con igual vigor, a las guerrillas sanguinarias y subversivas que se valen del miedo para cumplir sus postulados.


Después de todo, la libertad y el arte, en la obra de Mario Vargas Llosa, van de la mano; y su mezcla en un libro político es alentadora, entusiasta, expectante, pues promueve, con literario arte, el advenimiento de una Latinoamérica libre, de encandilada igualdad y bienestar democrático.