MALVINAS

Invasión de Portada. Diario Clarín, 1982, anuncia el inicio de la guerra por las Malvinas.


Siempre fui lejano al conflicto de las Malvinas. Nunca le presté mucha atención. Ni estuvo tampoco en mis prioridades. Empero, tuve por él un interés morboso, de sombrío y convenido espectador: me interesaban sólo los monumentos; las bajas; las historias de tristeza y desamparo. Mas el conflicto en sí, no. Ello a pesar que considero a la historia argentina como una historia única, atrevida, interesante; una historia digna de mención y estudio dedicado.

Es el caso que por navidad, un tío mío, intuyendo psíquicamente, o casi, mis gustos, me obsequió la recientemente publicada novela histórica “Sangre de Hermanos”, redactada por Ignacio López Merino. Grande fue su sorpresa cuando notó mi rostro decepcionado, indiferente, pero educadamente agradecido, al descubrir yo, luego de abrir el paquete, que ya tenía la novela, habiéndola adquirido y leído pocos meses atrás.


Sin embargo, casi automáticamente, al enterarse mi tío que su regalo carecía de novedad, me propuso cambiarlo. Y yo, entendiendo que regalar, incluso en navidad, no constituye una obligación, acepté encantado. Aunque, sí, levemente desinteresado: pensé que, dado el ajetreo de la fecha, era improbable que fuere a cumplir su ofrecimiento.


Así, sorpresivamente y a los pocos días, cuando nos encontramos en Mejía, él me hizo entrega de un nuevo regalo: un libro forrado en plástico, grueso, de imprenta pequeña, sobre la guerra de las Malvinas. Su nombre era “Comandos en Acción: El Ejército en Malvinas”. Y su autor Isidoro Ruiz Moreno.


Agradecido, acepté su regalo y de inmediato me sumergí en su lectura. Puedo decir, luego de culminada esta, que el libro me ha impactado, anegándome en las húmedas islas, perdiéndome entre las aspiraciones y reacciones de las fuerzas argentinas: en el silencioso pero reacio pavor de sus soldados; en la triste pero gallarda resignación de sus oficiales y en el burdo pero burdo descaro de sus gobernantes.


A pesar de ello, y entrando un poco más al tema, sería inexacto argumentar que las Malvinas fue tan sólo la guerra de un gobierno corrupto y totalitario. La estrategia política de unos pocos a fin de desviar la atención del pueblo argentino, con miras a unificarlo tras la consecución de un objetivo común. Ello no bastaría. Sería petulante. Arbitrario. La guerra de las Malvinas fue, por el contrario, el empleo de medios incorrectos para satisfacer una demanda legítima. Fue la victoria de la violencia militar sobre el diálogo diplomático; una victoria que iban a tener que pagar, en carne propia, no los políticos que idearon su aplicación, si no los valientes, qué duda cabe, que tuvieron que defenderla, en inferioridad de condiciones ante fuerzas superiores.


Es decir, el empleo mismo de la fuerza, en el conflicto diplomático sobre la soberanía de las islas, fue desproporcional. No tenía justificación ni lógica alguna: incluso bajo la amenaza de las autoridades británicas de desocupar a los trabajadores argentinos que habían izado su pabellón en la isla pocos días atrás, el ataque, simplemente, quedaba fuera de la ecuación.


Ahora bien, también es menester señalar que Malvinas, por lado británico, simboliza la supervivencia de políticas retrógradas, acaso totalmente imperiales, de dominios coloniales y territorios de ultra mar. Es decir, es probable que para el mundo entero, salvo el Reino Unido y los Estados Unidos, las islas en cuestión, dada su inminente cercanía a territorio continental argentino, son irremediablemente argentinas. En otras palabras, muy aparte de la explicación histórica, y del hecho que fueron antiguamente españolas y sólo británicas por uso de la fuerza, basta con ver un mapa para comprender que la pretensión británica sobre las islas, argumentada bajo la convenida figura de la libre determinación de los pueblos, es interesada y debería en contraste tolerar, cuando menos, el ejercicio de una soberanía compartida del territorio.


No obstante, tampoco se puede afirmar que el Reino Unido no hubiera accedido a negociar, finalmente y después de mucho trepidar por parte de la diplomacia argentina, una solución pacífica equitativa. Dada la premura del ataque, es imposible conocer, con exactitud, a dónde hubieran llegado las negociaciones. El ataque militar, por el contrario, las truncó definitivamente, parcializando aún más las posiciones y otorgándole a la parte británica la valiosa ventaja de quedar, ante el mundo entero, como la nación agredida en vez de agresora.


Sin embargo, quizá lo más sorprendente de la invasión argentina fue la falta de visión política de su Junta Militar gobernante. Se pensó, en aquel momento, que el Reino Unido no iba a responder militarmente. Que, en cambio, viendo su guarnición rendida, accedería a negociar en pro de la defensa de los “Kelpers” (habitantes ingleses de Malvinas). Tal visión, delirante hasta la incredulidad, probó, haciendo honor a los adjetivos mencionados, estar lejísimos de la realidad: la opinión pública británica, luego de difundida la invasión, condenó de forma unánime el ataque militar. Ello permitió pues a Margaret Thachter hacerse de la situación prontamente. Mostrarse dura y combativa. Dar escaso tiempo a los invasores, formando en el interín una poderosa fuerza de combate para retomar el control militar de las islas.


Asimismo, reflexiono en voz alta: si soy líder de un país y decido invadir militarmente a otro (las Malvinas, políticamente, estaban bajo el dominio de la corona británica), y sé que no habrá marcha atrás en mi acción, y que además la decisión es irreversible, pues me preocuparía para golpear letalmente, sin vacilaciones, ni dudas, ni falsas previsiones, con todo el poder disponible, sin represiones ni cuestionamientos de ningún tipo.


En el caso Argentino, sin embargo, primó la previsión e indecisión. Así, las unidades especializadas de su Ejército, como sus comandos, permanecieron largo tiempo en el continente, al sur, preparadas para un hipotético conflicto con Chile. Tal fue también el caso de sus grandes buques navales, que cedieron el control naval a un enemigo, sí, superior, pero no invencible; un enemigo al menos combatible si se empleaban los recursos al máximo.


Cómo habrá sido la imprevisión argentina que estallado el conflicto, la falta de misiles y armamento hizo que su Junta Militar buscara en diversos países cercanos apoyo militar y financiero. Y pensar que fue la misma Junta la que planeó el ataque, dando el primer paso, sin antes haber tomado las precauciones militares suficientes, aunque debieron ser excedentes, para que el país pueda combatir, sino en igualdad de condiciones, al menos de modo fiero y eficiente.


Así pues, se sabe que misiles exocet de la Fuerza Aérea Peruana fueron los que se utilizaron para hundir el HMS “Sheffield”. Del mismo modo es conocido que, a través del estado peruano, se compró numeroso armamento, evadiendo de tal modo Argentina el boicot que le habían impuesto diversas naciones desarrolladas.


Sin embargo, quizá el error más grave e inmediato del Comando Militar Argentino fue que, con las fuerzas desplazadas en Malvinas, cedió la iniciativa militar al Reino Unido, esperándolo defensivo, incluso luego de desembarcado. En otras palabras, se aceptó de antemano la derrota, dilatándola lo más posible, en vez de proponerse la victoria, cercando con energía y convicción, palabra importante, a las fuerzas expedicionarias británicas, o al menos procurándolo, con todo el poder de fuego y capacidad militar ahí desplazados.


Pequeña Argentina en Malvinas. Los escasos espacios físicos ocupados por los argentinos en Malvinas generaron la pérdida de iniciativa militar de sus armas.


En fin, sería ingenuo que yo escriba un artículo tentando analizar todos los combates y episodios de la guerra. Además de irrelevante, sería tedioso y aburrido. Sin embargo, tengo la sensación de haber entrado en contacto con un conflicto de frustración. De esperanza desgastadora. Por otro lado, algo en mi interior intuye que los propios militares argentinos, prestos al combate en Malvinas, sabían que, debido a la pésima logística e insuficiencia de pertrechos otorgados, se enfrentaban a una derrota plagada de muerte, de avasallamiento, de miserable destino.


Y es que la guerra de las Malvinas, desde la invasión argentina hasta la rendición de Puerto Argentino, es un homenaje grandioso a la debilidad política, a la insuficiencia e incapacidad gubernamental, a la falta de convicción y seguridad en la propia fuerza y a las hipocresías y mentiras continentales, especialmente referidas a la cooperación de Estados Unidos con Sudamérica y a la unidad misma de las naciones sudamericanas. Acaso también es una remembranza de lo soberbias e intransigentes que son ciertas monarquías, a pesar de sus democracias “de hierro”, y lo indigentes e insignificantes que son las dictaduras militares en el plano internacional; indigencia e insignificancia que hace gran contraste con lo represivas, violentas y absolutas que son frente a sus pueblos.


En conclusión, puedo decir ahora que no soy lejano al conflicto de las Malvinas. Que, quizá por coincidencias del destino, por un regalo equivocado, me he vinculado más con su historia, identificándome con la pretensión argentina pero condenando la ineptitud e incapacidad de sus militares gobernantes; militares que han manchado el honor y dignidad histórica de las armas del país, sólo reivindicadas por los cientos de hombres anónimos que, en cambio, sí estuvieron a la altura de las circunstancias cuando una guerra injusta demandó sus vidas.