LA VISITA AL CEMENTERIO


Cementerio Matías Presbítero Maestro. Fachada de uno de los interminables pasajes del Cementerio más antiguo e histórico de Lima.

El jueves pasado recorrí con varios amigos los pasadizos interminables y sombríos del histórico cementerio, hoy museo, Matías Presbítero Maestro. Nuestra visita fue nocturna y tuvo como marco el paquete turístico que ofrece, cada noche de luna llena, con periodicidad mensual, la Beneficencia Pública de Lima.

Así pues, cargado de entusiasmo, cogí mi cámara de fotos, salí temprano del trabajo y me inserté en los lejanos Barrios Altos de Lima. No obstante, debo ahora decir que una vez que llegué a mi destino, y luego de haber observado de primera mano sus impresionantes monumentos y esculturas, experimenté un brusco y súbito cambio de ánimo que me sumergió en una sensación de impotencia decepcionante, cuyas causas, fundamentos y ya consumadas reflexiones pretenderé explicar a continuación.

En lo personal, siempre quise conocer el cementerio citado. No sólo por sus esculturas, historias y fantasmagóricas leyendas, sino también por lo que el Presbítero Maestro significa para la historia republicana del Perú: en él están enterrados quienes, para mí, son dos intelectuales grandiosos de nuestra historia (Manuel Gonzáles Prada y José Carlos Mariátegui); así cómo los héroes peruanos de la guerra de 1879 (Grau, Bolognesi, Cáceres) y muchos otros personajes excepcionales (tales como Eduardo de Habich, José Santos Chocano y Daniel Alcides Carrión).

Es importante mencionar, sin embargo, que el susodicho cementerio fue inaugurado en el año 1804 y recibió, en sus refinadas lozas y terrenos, los cadáveres de los peruanos más destacados del siglo 19 (inicialmente). Así pues, prácticamente todo individuo que haya ocupado un cargo político alturado, o que haya desempeñado una función pública importante en el Perú, o que simplemente haya tenido mucho dinero, al menos durante el siglo 19, está enterrado ahí.

En ese sentido, mientras me adentraba con sigilo en la oscuridad del cementerio, pude comprobar que la mayoría de sus imponentes mausoleos y rimbombantes construcciones (teóricamente edificadas por “La Nación”) habían sido erigidas en honor de militares y políticos acaudalados y poderosos, todos nacidos o muertos en el siglo 19, que habían tenido una trascendencia nula, o acaso directamente negativa, en la historia del Perú. Es más, conforme caminaba y me insertaba en la oscuridad lóbrega del Presbítero, pude notar que la mayoría de epitafios que adornaban sus tumbas consignaban al siglo 19 como fecha de muerte. Fue en aquel momento cuando inferí lo siguiente: ante mis ojos yacían, en aquellos interminables campos de muerte, las víctimas y los responsables, quizá más los responsables que las víctimas, del nefasto siglo 19 peruano.

Ahí descansan pues las familias de los caudillos militares que, una vez liberado el Perú, se enfrascaron en brutales conflictos civiles, que polarizaron aún más las divisiones sociales del país y gangrenaron las articulaciones de sus jóvenes músculos con sus enemistades hipócritas y ambiciones individualistas.

También en el Presbítero Maestro duermen el sueño eterno las decenas, sino cientos, de políticos peruanos corruptos que, en la más absoluta impunidad, se aseguraron que millones de individuos, en las selvas y sierras lejanas del país, sean mantenidos en el más miserable estado de pobreza y atraso cultural, mientras se enriquecían infinitamente hurtando y robando sin cuidado.

Yacen también ahí los caballeros, y las damas de muy refinada condición, que saludaron con sumiso beneplácito la ocupación chilena de Lima, organizando suntuosas cenas de bienvenida, mientras que miles de soldados y sus rabonas (muchos ni siquiera hispano hablantes y la mayoría de zonas alejadas del país) aguardaban silenciosos y sin provisiones, ni municiones, ni moral alguna, la muerte violenta a manos del invasor.

Sí señores. Y todavía hay más.

Están también enterrados en el Presbítero Maestro, aunque no queramos aceptarlo, los restos de las decenas de oficiales militares del ejército y la marina peruana, de muy alta alcurnia, que desertaron y se entregaron a las fuerzas chilenas sin presentar batalla en las afueras de Lima, tal y como lo señala Manuel Gonzáles Prada (Ver su trabajo: “Memorias de un Reservista”).

También respiran la eternidad, bajo las lozas y jardines del Presbítero, numerosos hacendados de la aristocracia peruana, al menos los que lo fueron y murieron en la Lima del siglo 19, que maltrataron y explotaron sin piedad a sus campesinos, humillándolos mediante tratos vejatorios que, en diversas ocasiones, involucraron su asesinato o la violación de sus mujeres o hijas (conocida es la cantidad de hijos bastardos que tenían estos hacendados desperdigados entre los campesinos que habitaban sus tierras).

Así pues, para alguien que conoce la historia del Perú, y que entiende el rol que jugó gran parte de la aristocracia peruana durante el siglo 19 (sólo ella se enterró en el Presbítero), es bastante duro encontrarse, de pronto, con la tumba de todos estos apátridas, de todos estos personajes alienados, a los que todavía, de un modo realmente sorprendente, se les guarda el debido respeto y hasta homenaje (que un personaje como Piérola o Prado tengan sus esculturales tumbas “a nombre de la Nación” es algo realmente grotesco).

Pero no todo es negativo en el Cementerio visitado. Si bien es cierto que se respira un aura apesadumbrada, cargada de malas vibraciones (al menos así fueron percibidas por mí) y que la mayoría de los seres que fueron enterrados ahí sintieron poco menos que desprecio por todo lo que el Perú tenía de originario y autóctono; también existen remansos de paz y admiración que llaman al verdadero y respetuoso silencio y que merecen el más solemne de los homenajes.

En tal extremo resalta la Cripta de los Héroes de 1879, donde yacen enterrados los restos óseos de Miguel Grau y sus valientes camaradas del Huáscar, así como los de Francisco Bolognesi y sus dos jóvenes hijos (que se inmoralon por el mismo Perú que su padre) y los de Andrés Avelino Cáceres, el “Tayta de los Andes”, quien, traicionado desde Lima por Piérola y los que, como él, querían rendirse ante Chile para garantizar así sus posiciones de poder, tuvo que deponer las armas y aceptar la derrota humillante.

Así también se destaca la tumba de José Carlos Mariátegui, lugar al que hace décadas acuden peregrinos de toda América para guardar silencio y respeto ante quien fuera uno de los intelectuales peruanos más trascendentes allende nuestras fronteras; y la de Manuel Gonzáles Prada, a quien considero el primer peruano consciente de la realidad indígena y multicultural del país, y quien además criticó con crudeza y tenacidad sin igual a la amodorrada y floja aristocracia limeña, que había fracasado rotundamente como clase dirigente del país y que, por ese entonces, prefería servir a España o a Chile antes que promover la igualdad y la libertad entre los peruanos de diversa procedencia y nivel social.

Sería injusto, sin embargo, mencionar sólo a aquellos, a los del 79, o a Mariátegui, o a Gonzáles Prada, porque, si bien es cierto que la clase gobernante peruana del siglo 19 parecía perseguir la desaparición del país antes que su desarrollo, existieron muchos otros peruanos que, en el mismo periodo histórico, destacaron y justificaron la existencia de nuestra república ante el mundo. Nombres como el de Antonio Raimondi, Daniel Alcides Carrión, Abraham Valdelomar, Víctor Larco Herrera, entre otros, son prueba de aquello y su sepultura, llevada a cabo en el Presbítero Maestro, dignifica al lugar en la medida que razonablemente puede.

Dicho aquello, y ya terminando, debo señalar que fui víctima de una gran ansiedad y un nerviosismo particular al visitar el cementerio Matías Presbítero Maestro. Fue como si repentinamente hubiera ingresado a los aposentos de estos muertos ambulantes, a los hogares de cientos de cadáveres insepultos que echaron a perder, durante todo el siglo 19 y principios del siglo 20, la oportunidad histórica que tuvo el Perú de desarrollarse y recuperar su papel histórico y protagónico en el concierto de naciones americanas.

Me pregunto: ¿Permaneceremos impotentes ante el inmerecido descanso pacífico y eterno de tantos dictadores, militares corruptos, políticos fratricidas y aristócratas racistas? ¿Permitiremos que tumbas como las de Manuel Gonzáles Prada, Miguel Grau, José Carlos Mariátegui, Daniel Alcides Carrión, descansen junto a las de seres de la calaña de Nicolás de Piérola, Manuel Pardo o Luis Miguel Sánchez Cerro?

No lo sé.

Pero sí puedo afirmar con profunda convicción que el peruano que sea capaz de interpretar nuevamente nuestra realidad, para dotarla de sentido y vocación histórica, no elegirá al Presbítero Maestro como lugar de descanso eterno. Por el contrario, modificará muchos de sus mausoleos, cuando no los destruirá, y borrará, con la fuerza de los millones de peruanos que creen en la igualdad y la libertad, el término “Nación” de la tumba de tantos personajes corruptos y virulentos que yacen descansando, o pagando sus pecados infinitos, en tan sombrío panteón.

2 comments:

JULIO PONCE dijo...

yo tengo interes en visitar el cementerio prebistero maestro porque ahi estan enterrados mis antepasados.

mi antepasado manuel castellanos fallecio el 24 de abril de 1885 fue enterrado en el cementerio prebistero maestro pero ignoro en que pabellon y nicho le abran puesto si alguien sabe algo por favor comuniquese conmigo a mi email: numida2008@hotmail.com.

Clari dijo...

seguro fue una visita muy interesante y turistica. siempre es bueno conocer y aprender nuevas cosas.
yo pronto sacare pasajes a Lima asi que tambien recorre paisajes y lugares unicos