REFLEXIONES DE OBITUARIO


Raúl Pereira.


Cada uno guarda para sí una serie de afirmaciones que cree correctas y que son producto de experiencias personales o historias escuchadas, y que permanecen invariables por un buen período de tiempo, si no por siempre, hasta que decidimos cambiarlas o negarlas para abrazar nuevas afirmaciones y defenderlas con vehemente convicción.


Así, estoy seguro que cada persona tiene en un lugar reservado de su mente un espacio en el que refugia con cautela policial todas estas afirmaciones y creencias, que pueden o no ser correctas, pero que son privadas y personales y le pertenecen a uno como la intimidad, la consciencia o la libertad.


Existen ocasiones, sin embargo, en que estas convicciones o afirmaciones huyen sibilinas de nuestro dominio y son exteriorizadas en momentos de calentura o vulnerabilidad adolescente y terminan por esclavizarnos dado su contenido polémico o excepcional: uno es esclavo de lo que dice y afirma, más aún si es que lo escribe o registra o guarda.


Ahora bien, es aconsejable no ser absoluto en el plano de las convicciones porque uno no sabe lo que ocurrirá mañana y no se puede vivir el presente sin tener en cuenta que el futuro es incierto y cambiante y que, por lo tanto, las convicciones pueden trastocarse, evolucionar, mutar.


Pero no podemos negar que aquellos que, sin temor a su crecimiento personal, o a la evolución progresiva de sus convicciones, exponen con terquedad y obstinación sus posiciones, como si estas no pudieran cambiarse, como si estas fueran de hierro, despiertan una admiración y respeto que los diferencia y destaca. Así pues, el personaje de Enjolras de Víctor Hugo no despertaría el estupor que despierta, ni enaltecería en tan inmensa medida a Los Miserables, si no hubiera sido terco e indómito hasta el final en el París revolucionario de 1832.


Creo, sin embargo, que tales personajes suelen existir más que nada en el mundo literario y de la fantasía, porque en el mundo real los hombres tienen mucho de calculadores y corruptos, y no tendrían, por consiguiente, reparos en mercadear sus convicciones a cambio de dinero o poder. Es más, hoy abundan, como cadáveres insepultos, como fantasmas de carne y hueso, hombres y mujeres que no tienen convicciones, o que renunciaron hace mucho tiempo a ellas, y que no sólo se han condenado a una existencia híbrida, insípida, incolora, sino que pretenden denostar a todo individuo abstracto que aún guarda contacto y se preocupa por cultivar las partes más privadas e insondables de su ser: el plano de sus ideas, sus creencias, sus convicciones.


He sido presa de estas reflexiones porque hace pocas semanas ha fallecido el vocalista de la mítica banda peruana El Polen, Raúl Pereira. Quien fuera el líder de la agrupación musical más compleja que ha dado el Perú, falleció de una larga enfermedad, que ya hace buen tiempo lo había alejado de los escenarios.


Pero yo he pensado mucho en él porque con El Polen él hizo algo que yo admiro en demasía: fue transparente consigo mismo y leal a su manera de expresarse hasta el final, apostándolo todo a la fusión de un estilo musical que fue tradicionalmente vilipendiado en el Perú, como lo ha sido la música folclórica y andina.


Así pues, a fines de los años sesenta formó a El Polen, y viviendo en la primera comunidad “hippie” del Perú, se dedicó a componer las canciones más profundas y densas del rock progresivo peruano, canciones que se materializaron en la grabación de dos discos magistrales: “Cholo” (1972) y “Fuera de la Ciudad” (1973).


Sin embargo, uno podría decir que El Polen no cambió jamás su estilo, ni evolucionó en el plano de sus creaciones, al estilo de Los Jaivas en Chile o Litto Nebia en Argentina. Bajo ese punto de vista, daría la impresión de que el arte de El Polen se quedó corto y fue reacio a adoptar las nuevas formas y sonidos que el mercado musical le exigía para poder sobrevivir y crecer.


No obstante, la genialidad musical de los Pereyra (Raúl y Juan Luis) les exigió mantener el estilo progresivo de El Polen, quizá ya en los noventa un poco más eléctrico y rockero, pero peruanísimo y andino como en sus inicios. Ellos fueron leales a la música que los caracterizó y, renunciando a evolucionarla o transformarla a otros estilos, quizá más comerciales pero menos densos, le otorgaron a la historia musical del Perú una de sus páginas más dignas y reconocidas.


Creo, con tristeza, que músicos de la estirpe de Raúl Pereira no existirán más y que grupos como El Polen no volverán a nacer en nuestra tierra. Después de todo, pareciera que las convicciones y las ideas, tanto en el plano artístico como en el político, están cediendo para dar lugar a propuestas más digeribles, negociables, flexibles. Quién sabe pues si personajes del imperturbable temple de Enjolras y Raúl Pereyra, por ponerlos de ejemplo, sólo tengan permitida la existencia en la memoria literaria o en las ondas musicales de un parlante.


¡Que descanses en paz Raúl!




PD: "Concordancia" de El Polen en vivo en el Festival de Olmue, en Chile.




1 comments:

Anónimo dijo...

Me gustaron mucho los primeros párrafos de tu post. Muy cierto lo que escribes.-Tamara