PARTE DOS




El taxi de Ramiro se abre paso por las callejuelas húmedas de Barranco. No hay casi tráfico. Y conduce un hombre de edad avanzada, con una mirada seca, como ida, que hace perfecta empatía con las abundantes arrugas de su rostro. Ramiro, picado como está, quizá ya borracho, no tiene ganas de conversar y guarda silencio ante las preguntas del senil chofer: no quiere hablar sobre lo frío del clima, ni sobre las elecciones municipales, ni sobre la selección nacional y su nuevo entrenador. Sólo quiere aparecerse donde Fabiola, despertarla si está dormida y acostarse con ella, sino directamente, luego de convencerla (le gustaba especialmente aquello). Sabía que ella no se negaría a estar con él. Lo amaba intensamente.

El departamento de Fabiola quedaba en el sexto piso de un edificio lujoso en Miraflores, cercano al malecón. Se lo había obsequiado su padre cuando se egresó de la universidad, en uno de esos regalos millonarios que sólo hacen los padres pudientes en favor de sus hijos. Aprovechándose de aquello, Ramiro solía molestar a Fabiola llamándola “pituca” y sacándole en cara que él se había formado sólo, provinciano como era, sin la necesidad de apoyos ni regalos de ningún tipo. A pesar de que bromeaba, Fabiola solía reconocer en él un cierto aire de superioridad que a ratos resultaba fastidioso, pero que al fin y al cabo terminó por aceptar e, incluso, tomar como válido (a pesar de ser mayor que él).

Así pues, el taxi continuaba avanzando y, conforme se acercaba más a su destino, más se empeñaba su chófer en hacerle el habla a Ramiro. Pero él permanecía impasible, absorto en sus pensamientos, cómodamente sentado en el asiento trasero, con la frente apoyada contra la ventana. De pronto, su celular comenzó a vibrar. Cuando lo hubo sacado de su bolsillo y reconoció el número que llamaba, no pudo evitar sorprenderse y, como quien sabe – súbitamente - que algo grandioso le espera, sonrió plácidamente tras ordenarle al chofer que cambie la ruta.

Mientras tanto, en el departamento de Fabiola, David intentaba calmar a la novia de su hermano. Hacía más de una hora que había llegado y ella seguía llorando. Junto a ambos, que se encontraban sentados en la sala, estaba el comedor, y sobre su mesa, una botella de ron consumida en sus tres cuartas partes: era obvio que Fabiola había tomado de más.

- - Lo sé todo, David. He sido una estúpida. Cómo no pude darme cuenta antes.
- - Cálmate. Dime qué ha sucedido. Quién te ha dicho esas cosas sobre Ramiro.
- - No importa quien haya sido David. No quieras defenderlo. Tú y yo sabemos que él nunca me ha querido. Que nada más me ha usado. Que soy sólo un objeto para él, a pesar de todo lo que di por nuestra relación.

Por más que a David le fastidiaban muchas cosas de Ramiro, por las cuales solía detestarlo por momentos, él no estaba preparado para delatar a su hermano y confesar, en su nombre, todas sus infidelidades. Él sabía que Ramiro, muy en el fondo, a pesar de su soberbia y naturaleza manipuladora, era un buen tipo, con un corazón ambicioso pero genuino. No obstante, estaba frente a Fabiola y le resultaba muy difícil mentirle. ¡Qué culpa tenía ella de los problemas de su hermano! ¡Por qué tenía que sufrir sus engaños! ¡Sus manipulaciones! Él no entendía, quizá por su virginidad, quizá por la pureza de su espíritu o su inocencia, cómo existían personajes así, tan nefastos, que humillaban a las mujeres y jugaban tan diestramente con sus sentimientos. Seguramente Ramiro, en esos precisos momentos, estaría con la bailarina del concierto, Katia, mofándose y divirtiéndose, mientras Fabiola, desesperada, era consumida por los nervios y la angustia. Y David, frente a ella, viéndola tan ansiosa, tan acongojada, con las lágrimas descendiendo por su rostro, tenía que pagar las consecuencias. ¿Mentir o decir la verdad? ¿Liberar a Fabiola o defender a su hermano? Por más que intentaba resumir estas reflexiones en su cabeza, y adoptar rápidamente una postura, no podía sacar de la ecuación una verdad inminente: que Fabiola le gustaba; que también, y muy en el fondo, se sentía un traidor, un desleal, pues deseaba a la mujer de Ramiro y no entendía como él se había cansado de ella, que era tan atractiva y tan madura y tan dispuesta a todo por el amor de su hermano.

- - Cállate Fabiola. No sabes lo que dices. Si fuera así yo lo sabría.
- - David, no empieces. Me he rehusado a creerlo todo este tiempo. Pero ya son demasiados los indicios. Más de tres amigas lo han visto. Y ellas no me mentirían. No tendrían por qué.

David sabía que, si ponía de su parte, podría ayudar a su hermano. Si se empeñaba, podía engañar a Fabiola. ¿Qué importaba que se comportase como un mentiroso? Se trataba de su hermano, y a pesar de sus muchos problemas y defectos, no lo traicionaría.

- - Fabiola, me sorprende que pienses eso. Después de todo lo que Ramiro ha hecho por su relación. Es increíble que me hayas hecho venir hasta acá para verte así, tan crédula, tan confundida. Creía que amabas a Ramiro.

David tenía claro que por sus genes corrían las mismas capacidades de Ramiro. Esa desfachatez y descaro que a él le habían abierto tantas puertas. Que dotaban de temple a su personalidad. Estaban ahí, en su interior, y sólo era cuestión de tiempo para que afloraran.

- - Pensaba que tu amor por él era real. Que podía trascender los rumores. Las falsedades. Pero no, Fabiola, me equivoqué. Tú no lo valoras, ni lo conoces como yo, y no puedo menos que sentirme mal por escucharte hablar así. Has sido tan ingenua. Te lo has creído todo. ¿Cómo puedes ser tan confiada? Tú sabes cómo son las mujeres. Cómo hablan, cómo mienten. No me mires así, Fabiola. En realidad me apena por Ramiro. Si él supiera estas cosas. No lo soportaría, Fabiola. Te dejaría. Terminarían. Y harían bien en hacerlo. Porque no confías en él y eso habla muy mal de ti. No, Fabiola, esta vez te has equivocado. Sí, has cometido un error. ¡Qué error has cometido Fabiola!

Fabiola se quedó fría. Miraba con sorpresa a David, quien hasta entonces, para ella, no había sido más que el “hermanito” menor de Ramiro. No entendía como, de pronto, se había transformado en este hombre serio, que hablaba con una convicción tan evidente, tan real, que hacía muy difícil dudar de sus palabras.

- - No debes cometer estos errores Fabiola. Si él fuera una mala persona, o te engañara, yo sería el primero en decírtelo. Tienes mi palabra. Deja de mirarme con esa cara, Fabiola. Si lo defiendo así es porque sé que te han mentido. Que te han engañado. Hay Fabiola, cómo te han podido mentir así. Has sido muy ingenua. Inocente. No estás viendo las cosas con claridad. Mira todo lo que has tomado… ¿Crees que puedes pensar en ese estado? No. Conversaremos mañana. Prometo venir a verte. Aclararé todas tus dudas. Pero no en ese estado, Fabiola. Así no se puede. Después olvidarás todo lo que te he dicho y te podrán engañar de nuevo. De nada habrá servido todo esto. Pero vendré Fabiola. Confía en mí. No debes preocuparte. Estaré acá a las 8. Pongo las manos al fuego por Ramiro. Vivo con él. Sé lo que hace y con quienes anda. Quédate tranquila Fabiola. Mañana a las 8 conversaremos. Ahora descansa.

Sin decir una palabra, Fabiola reflexionaba. Era evidente que David, sin una razón aparente, al menos desconocida para ella, se sentía incómodo y ansioso en su departamento. Había llegado hace más de una hora y, a pesar de ello, permanecía de pie y se rehusaba a tomar asiento. Pero indagar por los motivos del comportamiento de David, al menos en ese instante, no era una prioridad para ella, por lo que luego de reflexionar brevemente, y de analizar las palabras dichas por él, se levantó del sofá y lo abrazó. David, perplejo y sorprendido por su gesto, la abrazó también, sujetándola cariñosamente por unos segundos.

- - Tienes razón, David. He sido una tonta. Después de todo, son sólo rumores. Debo hablar primero con él. Pero, por favor, ven a verme. Necesito decirte muchas cosas. Averiguar, de primera mano, si los rumores tienen algo de verdad. Tú sabrás ayudarme. Eres su hermano y eres bueno: él siempre habla bien de ti. Dice que tienes una personalidad muy pura. Y yo confío en ti. Sé que no me mentirías. Gracias. Me he precipitado. Qué niña he sido. Gracias, David.

Así pues, David, totalmente asqueado de sí mismo, se retiró de la casa de Fabiola. Cuando hubo llegado a la suya propia, en la que vivía con Ramiro (sus padres vivían en Trujillo), dejó sus cosas sobre el comedor y se fue dormir. No obstante, pasó antes por el cuarto de su hermano y, al notar que él no estaba ahí, se sintió profundamente decepcionado. “Una raya más al tigre”, se dijo meditabundo y deprimido antes de echarse a dormir.

Mientras tanto, no lejos de ahí, Ramiro se vestía junto a la cama. Entre sus sabanas, Katia, fumando un cigarrillo, lo miraba satisfecha. La historia era sorprendente: una vez que se hubo despedido de sus amigos, ella lo llamó y lo citó en su casa, que también quedaba en Barranco, no lejos del lugar donde había tocado El Polen. Habían tenido relaciones y ambos estaban extenuados. Además, habían consumido cocaína. Ramiro la había probado con anterioridad, en una ocasión con sus amigos del trabajo, y no le había parecido gran cosa. Pero ahora sí sentía sus efectos. Había consumido una dosis significativa y se sentía condenadamente poderoso, indestructible, infatigable.

No obstante, sabía que al día siguiente tenía que trabajar. Y, ahora que se sentía desfogado y liberado, no tenía problema alguno en acostarse. Por lo tanto, se despidió de Katia con un beso en la frente, disimulando así paternalmente la frívola sexualidad a la que ambos se habían sometido, y partió rumbo a casa.

Ya en ella, como siempre, Ramiro dejó sus cosas sobre el comedor. Sin embargo, ya se encontraban ahí, apiñadas en un rincón, las cosas de David. A pesar de lo oscuro de de la estancia, la luz de un celular resplandecía: era el celular de David y su pantalla avisaba la recepción de un mensaje. Presa de la curiosidad, Ramiro lo leyó.

- “Te agradezco por haber venido. No puedo esperar que sea mañana para verte. Eres lo máximo. Fabiola”.

Ramiro pareció entenderlo todo. Ató los cabos sueltos en su mente. Enrojeció y cerró fuertemente los puños. “Seguramente para eso me llevó al concierto”, pensó furibundo. “Para acostarse con ella”.
Presa de una ira incontrolada, se dirigió al cuarto de David y abrió con violencia la puerta.

- - ¡Despiértate maricón!

2 comments:

Anónimo dijo...

que descarado

Hola, soy el Buen Amigo dijo...

primo, gran relato. david no tiene la culpa de que el chucha de ramiro solito vaya creando una redecilla de problemas por sus errores. como tus mejores relatos, este va a al grano, sin demasiado maquillaje ni andamios verbales. esta claro que sin tercera parte la incipiente legión de seguidores a esta mini novela, nos veremos muy decepcionados.
Me gustaría mas menciones musicales, a lo mejor, y algún rastro distintivo que pueda establecer proximamente con más ahinco el vinculo de caín y abel que crearon estos dos hermanitos, desde su infancia trujillana.
muy buen texto.

tu primo que te quiere,
dante ( virtual emisario y guia espiritual de los primos murillo en la ciudad de los gentiles )