HUÁSCAR




La imagen del Ministro era captada con dificultad por la antena del viejo televisor. En la estancia, iluminada únicamente por un foco ahorrador, de tenaz potencia blanca, como si de un laboratorio clínico se tratara, se encontraban solos un hombre mayor, de seguro setentón, y dos muchachos, de 19 y 16 años. Sentados alrededor de una mesa, inestable por sus patas apolilladas, compartían una fuente de tallarines y una jarra de chicha.


- ¿Quién es éste, abuelo? preguntó el mayor de los chicos.
- Un político chileno – replicó el anciano con indiferencia.
- ¿Qué hace en Lima?- interrumpió el menor - ¿Porqué habla del Huáscar? - agregó.


En ese momento, el anciano, quien acababa de llenarse la boca con un generoso bocado de tallarines, dejó los cubiertos y se levantó de la mesa. Los muchachos, mirándolo con extrañeza, no atinaron a decir palabra. Por el contrario, se miraron el uno al otro en silencio, con complicidad, y siguieron comiendo como si nada hubiera sucedido.

El anciano se limpió rápidamente la boca y, ya de pie, arrastró sus longevas y cansadas piernas hasta el aparato para subirle el volumen. Una vez que lo hizo, volvió a su silla con la cabeza gacha y el paso jorobado y continuó comiendo con tranquilidad.


- Sólo está jugando – reflexionó en silencio, luego de unos segundos.

- ¿Jugando? – replicó el menor – Abuelo. Hemos estudiado al Huáscar y la guerra contra Chile en el colegio. Lo hemos hecho justo este año. Hace pocas semanas. Y no entiendo cómo pueden bromear al respecto. Yo estoy bastante indignado. ¿Jugar con el Huáscar? ¡Qué barbaridad, abuelo! De seguro que es una de tus bromas. Ya pues, dinos la verdad. Tanto Vicente como yo queremos escuchar tu opinión. ¿No es así, Vicente? ¿Crees que nos devuelvan el Huáscar, abuelo? ¿Qué es lo que está pasando con Chile? Vicente me comentó de una demanda que el Perú tiene con ellos. Pero yo no entendí nada. Sólo quisiera saber porqué hablan del Huáscar. Dinos, abuelo. Tú de seguro lo sabes.

- Cállate, Joaquín – contestó el mayor – No seas cargoso. Son sólo tonterías sin importancia. Estás así porque acabas de estudiar el asunto. Nada más. Fuera de eso: ¿A quién le importa el Huáscar? Es un barco de mierda, Joaquín. ¡Todavía me metes a mí! ¿Acaso yo quiero escuchar algo al respecto? ¡Qué sinvergüenza! Te prendes de un tema y no paras. Eres todavía un niño. Déjanos comer tranquilos. Si quieres recuperar el Huáscar, adelante, haz lo que quieras, pero primero acaba tus tallarines. Y, por favor, no me incluyas a mí en tus inquietudes. Yo no quiero hablar del Huáscar. Tengo mejores cosas que hacer.


El anciano escuchaba en silencio la discusión que se había desatado entre los dos jóvenes. Absorto en sus pensamientos, miraba al uno y al otro con atención y sonreía de vez en cuando. Su plato de tallarines, aceitoso como estaba, y su vaso de chicha, sucio con restos de comida y salsa roja, estaban casi agotados.


- A ti nunca te ha importado nada, Vicente – dijo Joaquín - de ahí que no te interese el Huáscar, en realidad no me sorprende. No tienes identificación con nada. Sabes poco del Perú. Y no te culpo, ¿Por qué debería preocuparte algo que no te interesa? No es lo tuyo, está bien. ¿Eso sí, si es un barco de mierda, sin importancia, como tú lo llamas, por qué el abuelo le ha subido el volumen al televisor? Si no quieres escuchar esta discusión puedes irte, ya has terminado tu plato, Vicente. ¿Cuál es el asunto con el Huáscar? Sólo quiero saber por qué este político habla de devolverlo. ¿Ves la puerta? No tienes que estar acá si no quieres, Vicente – y haciendo una pausa, prosiguió - Abuelo, ¿Nos devolverán el Huáscar? ¡Anda, contesta abuelo!

- ¡Claro!, Joaquín, ahora no soy peruano porque no quiero hablar del Huáscar. ¡Qué carajo! ¡Habrase visto tu conchudez! Nada más te digo que es un asunto sin importancia, y seguro que el abuelo piensa como yo, no tanto porque no me interese el Huáscar, sino porque nunca nos lo devolverán. Hablar sobre ese asunto es perder el tiempo. Como si nos preguntáramos si la tierra es redonda o cuadrada. Ya sabemos la respuesta. Eres muy inocente, Joaquín. Los chilenos no dan un carajo por nosotros. ¿O acaso creías que sí? ¿Por qué, si no dan un carajo por nosotros, harían algo por nosotros? Te aseguro que, al menos sus políticos y militares, nos desprecian con descaro. Hablar sobre este asunto es hacer hígado por gusto, Joaquín. ¿Si me gustaría que el Huáscar esté en el Perú? Pues no lo sé. Verás, estoy harto de estos chamullos. No me interesa la guerra. De hecho, a nadie le interesa. No van a haber más guerras. Menos entre Perú y Chile. Bueno, al menos eso espero. El Huáscar es un barco de mierda, tío. No pierdas tu tiempo ilusionándote. Haz como yo y pasa la página. Y deja de cargosear al abuelo. ¿No ves que quiere comer tranquilo?


En ese momento, el anciano, que guardaba un silencio abismal, se levantó de la mesa y se dirigió con aire amodorrado hacia un baúl negro que se encontraba en la esquina del comedor. Los jóvenes hicieron una pausa y lo miraron con atención: el hombre se había puesto de rodillas y removía unos documentos viejos que estaban en el fondo del baúl. Al cabo de unos minutos, Vicente se levantó para ayudarlo. Pero el hombre, hincado de rodillas como estaba, le hizo una seña antes de que pudiera acercarse. Finalmente, después de algunos minutos de trajín y búsqueda implacable, el viejo sacó un grueso libro marrón, lo llevó hacia la mesa y se sentó con aire de satisfacción. Una vez que lo hubo limpiado, haciendo uso de una servilleta humedecida, de las que estaban sobre la mesa, abrió el antiguo ejemplar frente a los dos muchachos.


- ¿Qué dice en el título? – les preguntó suspicaz.

- Los Incas – contestó Vicente, algo inseguro, luego de acercarse al documento para ver la portada.

- ¿Qué esperas? – replicó el abuelo – Ábrelo.


Vicente abrió el libro con cuidado y diligencia. Sus páginas amarillas, ya debilitadas y frágiles por los años, hacían un sonido chirriante al moverse, como si fueran las partes de un manuscrito nunca antes arrugado. Luego de pasar unas cuantas hojas, el abuelo le pidió que se detenga: entre la página 11 y 12 había un mosaico a color con el rostro de los 14 Incas.


- ¿Cuál es el décimo tercero, Joaquín?


Joaquín pareció no entender la pregunta. Estaba al otro lado de la mesa y miraba con extrañeza a su abuelo.


- El Inca número trece, hombre. ¿Cómo se llama?

- Huáscar – contestó el joven, luego de acercarse junto a Vicente para poder leer.

- Ahí está su respuesta, muchachos - afirmó el viejo sonriendo – Esa es mi opinión.


Los dos hermanos se miraron extrañados. Estaban acostumbrados a los arranques histriónicos de su abuelo, que no precisamente eran extravagantes, como en este caso, pero sí curiosos, plagados de misterio y verdades ocultas. Sin embargo, esta vez no entendían su respuesta. ¿Qué tenían que ver los Incas con la devolución del Huáscar? ¿Mucho menos, qué tenían que ver con las declaraciones del político chileno?


- ¿No entienden, verdad? – les increpó el anciano como decepcionado.


Vicente y Joaquín permanecieron en silencio. El viejo lanzó un suspiro de cansancio, se sirvió un vaso de chicha, con lo último que quedaba en la jarra, y se apoyó relajado en el espaldar de su silla.


- Importa poco donde esté el Huáscar, muchachos. No es relevante. Podría estar anclado en Colombia o Argentina. Ese no es el asunto. Nosotros lo sabemos. Bueno, al menos yo lo tengo claro. Si no me importa quién tenga el Huáscar. ¿Por qué habría de incumbirme su devolución? ¿Tú quieres ser músico, no Joaquín? Pasa lo mismo, mira, si tú compones una canción, viajas por el mundo cantándola, haciéndote famoso a la vez, y, de pronto, alguien te roba la composición original y se la adueña. Sí, esa misma, donde estaba tu firma y tu letra. Pregunto: ¿Aquél que te la robó, que seguramente dirá que él la compuso, a pesar de no cambiarle el título, la podrá cantar ante los mismos escenarios que te vieron cantarla a ti? ¿No, verdad? Pasa lo mismo con el Huáscar. Verás, donde flote ese buque, flotará también el Perú. Nunca podría ser de otro país, por más banderas que le icen. Es como si España e Inglaterra fueran a la guerra, y uno y otro país capturasen el buque “Charles Dickens” y “Don Quijote”, respectivamente. ¿No entienden la figura? ¡Ya sé! Lo pondré en su lenguaje. Imaginen que Brasil y Argentina van a la guerra. Y Argentina captura el buque “Pelé”. ¿Por más bandera argentina que tenga, acaso alguien podría creer que ese buque es Argentino? ¡Nunca! En la guerra contra Chile, que es muy interesante de estudiar, y eso va para ti, Vicente, pasó algo complejo: un solo buque de guerra puso en jaque a toda una escuadra poderosísima. Pocas veces en el mundo ha pasado algo así. ¿Cómo no iban a capturar el Huáscar entonces? Era un deber moral. Ninguna armada del mundo se había enfrentado contra hombres tan valientes ni marinos más profesionales que los del Huáscar. Chile tenía que registrar aquel momento y guardarlo - por cualquier medio posible - para la posteridad. No lo sé bien, pero no creo que exista en el orbe otro trofeo de guerra, de tan larga antigüedad, que sea cuidado con mayor recelo. Es como si hoy el Perú le declarase la guerra a Brasil, un país mucho más grande que el nuestro, y tomase Río de Janeiro. ¿Alguien podría asegurarse que no traeríamos un gran buque brasilero para exhibirlo en Lima? ¿Se imaginan? ¡Sí que sería fantástico! Con nosotros pasó lo mismo ¡Figúrense!: Cuando estalló la guerra del Pacífico, Chile era un país sin historia, descreído, más pequeño de lo que es ahora. Al menos geográficamente. El Perú, por el contrario, era gigantesco, había heredado la tradición y grandeza de una de las civilizaciones ancestrales más grandiosas del mundo. ¿Cómo no podrían sentirse orgullosos los chilenos de su victoria? Es más, ¿Cómo podríamos pedirles que devuelvan el Huáscar? ¡Su victoria, aunque llena de deslealtades y latrocinios, fue victoria al fin y al cabo!

- Pero abuelo, de eso ya pasó más de 100 años. Esa guerra terminó hace mucho. Además, no fue tan gloriosa. Nosotros estábamos desarmados. Y todavía aliados con Bolivia. ¿Acaso pretendimos perder de antemano? Creo que ese “trofeo”, “prueba”, o como lo llames, sólo nos separa y divide. Opino que deberían hundirlo y dejar a todos tranquilos.

- ¿Hundirlo? ¡Qué Dios perdone tus palabras, Vicente! No entiendes nada de pasiones humanas. Eres joven, superficial, inmaduro. No sabes nada de historia. Ese buque es un lugar de peregrinaje. Casi un espacio santo. Para nosotros, un pedacito del Perú que flota más allá de la frontera. Para ellos, un pedacito del Perú del que se apropiaron con valor. ¡Pero peruano para ambos!. Vicente, hombre, no te engañes, debes ser taimado, astuto: mira, quien aborda el Huáscar no lo va a ver por su actuación en la Armada de Chile. Sino por su papel en la Marina Peruana. Por la bravura de los peruanos, Vicente, que le dieron muerte a Prat, hundieron la Esmeralda y abrieron fuego primero en la batalla suicida de Angamos. ¡Dios no quiera que hundan ese buque, Vicente! ¡Perderíamos más nosotros que los chilenos!

- Entonces que lo devuelvan, abuelo. Si es nuestro, ¿por qué lo tienen ellos? - le increpó Joaquín.

- Ya decía yo: estabas muy callado, chiquillo. Pero te contestaré de todos modos: porque su historia se ha edificado en base al Huáscar. Al triunfo de David. A la derrota de Goliat. Así lo ven ellos. El Huáscar es la prueba de su victoria. Pero no es un buque chileno, Joaquín. No seas tonto. Si lo fuera, le hubieran cambiado el nombre. Ellos no quieren “chilenizarlo”, si cabe el uso de la palabra. ¿Por qué? Porque el Huáscar dejaría de ser leyenda. No adornaría más su historia. Y tampoco más la nuestra. En realidad, espero que no nos devuelvan el Huáscar, muchachos. Así de claro se los digo. Seamos realistas. Acá se oxidaría y pasaría al anonimato. Teniendo Machu Picchu, Kuelap y tanto que visitar, no le prestaríamos atención. Puede sonar insensato pero es cierto. Nadie iría a verlo. Ese buque debe quedarse en Chile y ser mantenido con los óleos sacramentados que recibe. ¡Allá sí que los recibe!. Pero tengan presente algo: el hecho de que el Huáscar, luego de tantos años, siga siendo venerado por peruanos y chilenos, no hace más que elevar el honor y la memoria de su tripulación. Allá despierta más admiración por el Perú que acá, ténganlo por seguro. Sí, chicos, quien visita al Huáscar en Chile está venerando al Perú. ¡Lo visitan precisamente porque fue peruano! Y viendo tu rostro de extrañeza, Vicente, deberías volver al colegio para saber que Prat fue el "Grau" de los chilenos, salvando las distancias, claro está. Quizá Joaquín, que tiene los conocimientos frescos, podría refrescarte la memoria.


Joaquín no pudo evitar sonrojarse. Vicente era muy orgulloso y no le gustaba ser humillado. Después de una breve pausa, el viejo miró su reloj y volvió la mirada al televisor. El programa de noticias había concluido hace ya buen rato.


- Se ha hecho tarde – afirmó – Mañana, si quieren, continuamos. Hay mucho pan por rebanar en este asunto. Pero miren la hora que es. ¡Cómo pasa el tiempo, muchachos!. Ahora me voy a dormir. No se queden hasta tarde. Y si decides salir, Vicente, no te olvides de llevar la llave. Buenas noches a los dos.


Habiendo dicho ello, dejó el comedor, con el mismo paso amodorrado con el que se acercó minutos antes al televisor para subir el volumen. Joaquín y Vicente se quedaron pensativos, reflexionando sobre la conversación que acababan de sostener. Pronto, la estancia se quedó desierta y silenciosa. Sólo un libro marrón, grueso y todavía con polvo, quedó sobre la mesa junto al baúl desordenado.