A N G A M O S


Óleo de la Batalla Naval de Angamos, de Thomas Somerscales

Esta mañana el cielo de Lima amaneció plomizo, como de luto, entristecido. Ya se cumplen 131 años desde aquél triste miércoles de octubre, que seguramente vio un aura como ésta, donde el Huáscar y treinta y uno de sus tripulantes perecieron en la Batalla Naval de Angamos. Los restantes, los que sobrevivieron, fueron capturados por los marinos de la Escuadra Chilena y sin ellos en el mar, y con el Monitor en manos enemigas, quedó libre el paso para la invasión terrestre del Perú en la Guerra del Pacífico.

Esta mañana, esta fecha en realidad, debe ser una de profunda reflexión para el Perú. De minuto de silencio y pensamiento: un día como hoy perecieron en el mar personas brillantes, únicas en su tipo, que sabiendo de antemano que no escaparían del combate, decidieron morir como hombres libres, como hombres dignos, aún cuando sabían que la guerra era insostenible y que – para ellos, aquella mañana – la misma mostraba su rostro más suicida: un ejemplo de desprendimiento corporal y un inusitado amor por los demás, antes que de simple y llano patriotismo.

Si habremos de repasar la historia, conoceremos que la última travesía del Huáscar por aguas chilenas partió de Arica, puerto de silencioso descanso del Monitor. El Almirante Grau, desatendido en su solicitud de meter el buque a dique para reparación (llevaba más de seis meses batallando solo contra la escuadra chilena), se hizo a la mar nuevamente el primero de octubre. No obstante, como quién sabe que el final llegará pronto, antes de partir escribió a los suyos, les envió los objetos de valor que llevaba a bordo y recibió los santos sacramentos.

Zarpó rumbo al sur el primero de octubre acompañado de la Corbeta Unión. El día cinco, en la caleta de Sarco, ya en aguas Chilenas, capturó a la goleta Coquimbo. Posteriormente llegó al puerto del mismo nombre y prosiguió aun más hacia el sur, hasta la caleta de Tongoy, localidad cercana al importante puerto de Valparaíso. Cumplido el objetivo de esta expedición (hacer un acercamiento al puerto neurálgico de la escuadra enemiga, Valparaíso) las naves nacionales iniciaron su retorno al Perú.

El día seis tuvo el Huáscar una falla en su máquina de vapor. Otra el siete. Según su parte oficial, a las cero horas del día ocho arribó a Antofagasta, Bolivia. Una calma inusitada se apreciaba en el mar [1]. No se había avistado ningún buque de la fuerza enemiga: Grau desconocía que se estaba cerrando un anillo de muerte en torno al Huáscar y la Unión.

Al amanecer del día ocho, el Huáscar avistó tres humos al sur. Eran el Blanco Encalada, la Covadonga y el Matías Cousiño. Navegaban los buques chilenos tratando de interponerse entre tierra y los nuestros para echarlos al Oeste y lo lograron. A las 7:15 horas se completó el círculo de hierro: se avistaron los humos del Cochrane, el O’Higgins y el Loa. Entonces Grau, entendiendo que el Huáscar no podría escapar de la persecución de los modernos buques que lo cercaban, ordenó a la Unión – el más rápido de los buques peruanos - poner rumbo al norte, dejándolo sólo en la batalla frente a los seis navíos de Chile.

Transcurrieron dos horas desde que se cerró el anillo de fuego en torno al Huáscar y se inició el combate. No puedo evitar preguntarme: ¿En qué debieron haber pensado los tripulantes del Monitor durante tan larga espera, tan larga que hubiera hecho flaquear el ánimo de cualquier militar que se sabe muerto de antemano?

A las 09:40 horas, siendo inevitable el encuentro, el Huáscar izó su pabellón disparando sus cañones sobre el Cochrane, que se encontraba a mil metros de distancia. Grande habrá sido la sorpresa de los confiados marinos chilenos al notar que, aún en superioridad de número, eran desafiados por las andanadas furiosas de un único buque de guerra. Ahora bien el Cochrane, muy taimadamente, no contestó inicialmente los disparos, sino que acortó distancias gracias a su mayor velocidad, y cuando estuvo a 200 metros del Huáscar, hizo sus primeros cañonazos, perforando el blindaje del casco y dañando su sistema de gobierno[2].

Diez minutos después, un proyectil proveniente también del Cochrane impactó en la torre de mando y al estallar hizo volar al Contralmirante Miguel Grau y dejó moribundo a su acompañante, Teniente Primero Diego Ferré. Entonces tomó el mando del buque el Capitán de Corbeta Elías Aguirre, quien continuó el combate, hasta que también cayó muerto. Uno tras otro, los oficiales peruanos se fueron sucediendo a cargo de la nave, que recibía una y otra vez los impactos de los seis buques chilenos, hasta que habiendo recaído el mando en el Teniente Primero Pedro Gárezon, este oficial, viendo que ya no era posible continuar la lucha por las condiciones en las que se hallaba el Huáscar, con sus cañones inutilizados, roto su timón, y diezmada su tripulación, dio la orden de abrir las válvulas para hundirlo en las profundidades del mar. Cuenta Pedro Gárezon, que sobrevivió al combate, en su parte oficial que “En ese momento el Huáscar se encontraba sin gobierno por tercera vez, pues las bombas enemigas habían roto los aparejos (…) siendo desde todo punto imposible ofender al enemigo, resolví de acuerdo con los tres oficiales de guerra que aún vivíamos, sumergir el buque antes de que fuera presa del enemigo, y con tal intento mandé al Alférez de Fragata, don Ricardo Herrera, para que en persona comunicara al primer maquinista la orden de abrir las válvulas, la cual fue ejecutada en el acto[3]”.

A las 10:55 de la mañana las naves chilenas suspendieron el cañoneo, al ver que el Huáscar comenzaba a hundirse, y resolvieron enviar una dotación armada en lanchas para tomarlo, dada la inmovilidad del buque peruano. Cuando los marinos chilenos ingresaron a bordo, el Huáscar ya tenía 1,20 m. de agua y estaba a punto de hundirse por la popa. No obstante, con revolver en mano, los oficiales chilenos ordenaron a los maquinistas cerrar las válvulas para evitar el inminente hundimiento. Cuenta el parte oficial del Primer Ingeniero a bordo, el inglés Samuel Mac Mahon, que recibió “la orden personal y privada del Alférez de Fragata don Ricardo Herrera, para abrir las válvulas y echar el buque a pique, cuya orden ejecuté de inmediato, con toda la actividad y deseos posibles, sacando a todos los heridos de abajo. Después de esto tuve que sacar las puertas de los condensadores; pero no tuve tiempo suficiente para concluir de sacarlas, pues fuimos abordados y tomados prisioneros. En ese momento el buque tenía tres o cuatro pies de agua en la sentina superior (…) Yo y el segundo ingeniero fuimos amenazados con revólver al pecho diciéndonos que moviésemos la máquina y sacásemos el agua; nosotros rehusamos seguir la orden pues ya éramos prisioneros de guerra; pero nos dijeron que los ingenieros del “Rímac” habían sido forzados a entregar la máquina y que nosotros teníamos que hacerlo so pena de morir[4]”.

Finalmente, los ingenieros cerraron las válvulas y evitaron el hundimiento del buque. Así concluyó el combate de Angamos. Cuando, después de una hora y treinta y cinco minutos de combate suicida, muertos y heridos ya todos los oficiales peruanos, los marineros chilenos abordaron el despojo flotante que era el Monitor; uno de ellos “vio que un tripulante peruano lloraba delante de los restos de un cadáver mutilado que piadosamente había recogido. Era aquél tripulante un sirviente del Comandante y los restos todo cuanto quedaba de quien en vida fuera el Contra Almirante don Miguel Grau Seminario. En su camarote, la imagen de Santa Rosa de Lima, ícono santo del Perú, a la que Grau solía rezar, también estaba cubierta de sangre. Podía verse sobre ella cinco perforaciones de bala[5].”

Los tripulantes que sobrevivieron fueron trasladados al Cochrane y al Blanco Encalada, donde se les dio cobijo, asistencia médica y alimento. El parte oficial del Capitán de Fragata Manuel Meliton Carbajal, da cuenta de ello, al señalar que “todos los tripulantes, que heridos en su mayor parte sobrevivían, fueron tomados prisioneros y trasbordados a los blindados donde se les prodigó la más exquisita consideración y asistencia[6]”. Aparentemente, el alto mando de la escuadra chilena había decidido enmendar los errores cometidos en la batalla de Iquique, en mayo del mismo año, donde la Covadonga ametralló a los sobrevivientes del buque peruano Independencia, que nadaban por sus vidas luego de que su nave golpease una roca submarina que no se encontraba en los mapas de entonces.

No cabe duda pues que la mañana de este nuevo ocho de octubre es lúgubre y oscura pero incomparable en su tono grisáceo y triste con la que vivieron los tripulantes del Huáscar en Angamos. Personalmente, disfruto mucho de esta fecha porque me levanto muy temprano por la mañana y sigo con atención la programación del canal del estado, que transmite en vivo la ceremonia de homenaje al Huáscar y la Marina de Guerra del Perú que se lleva a cabo, como todos los ochos de octubre, desde el puerto del Callao. Importante entender que ante todo Angamos fue el envío, por parte de un gobierno inepto e improvisado, como los que casi siempre hemos tenido, de la mejor sangre peruana a la muerte, en una guerra que estaba perdida de antemano y a la que habíamos acudido desarmados, guiados por una falsa sensación de grandeza e invencibilidad nacional. No obstante, es también la respuesta de esta sangre peruana valerosa, de estos jóvenes cojonudos, de los gallardos muchachos que puestas así las condiciones no dudaron un segundo y le dijeron al Perú de entonces: aquí estamos y no tenemos miedo.

Es cierto, la guerra no la desató el Perú y, por el contrario, la generó un enemigo que la había planeado con años de anticipación para apropiarse de sus riquezas naturales, destruyendo en el camino las cuidades y economía de nuestro país. Pero me es difícil entender que no hubo otra solución y que acudimos - desarmados como estábamos - en la defensa de un país que estaba todavía más desarmado y desunido que el nuestro. Quizá sea el momento de fijarnos menos en los latrocionios cometidos por el enemigo y más en los desaciertos incurridos por nuestro gobierno. Después de todo, tanto Piérola como Prado (gobernantes del Perú en la guerra) sobrevivieron al conflicto y no así los muchachos inocentes que no dudaron, o que simplemente no tuvieron otra salida que la de ofrendar sus vidas en defensa de sus familiares y el país, tal y como lo hicieron los peruanos en Angamos, donde en inferioridad de condiciones - y quizá añorando tiempos mejores - fueron los primeros en hacer tronar el cañón.





[1] Historia de la Marina de guerra del Perú en el siglo XX. Extraído de: página Oficial de la Marina de Guerra del Perú (http://www.marina.mil.pe/larepublica_sigloxix.htm). Fecha de consulta: 08/10/2010.
[2] Ibid.
[3] Parte Oficial del Teniente Primero Don Pedro Gárezon. Extraído de: “Homenaje a Grau: 1979 - año de nuestros héroes de la Guerra del Pacífico”, Primera Edición, pp. 202. Editorial: Centro Naval del Perú, octubre de 1978.
[4]Parte Oficial del Primer Ingeniero, Samuel Mac Mahon. Extraído de: “Homenaje a Grau: 1979 - año de nuestros héroes de la Guerra del Pacífico”, Primera Edición, pp. 204. Editorial: Centro Naval del Perú, octubre de 1978.
[5] Romero Fernando, “Grau, El Marino Epónimo del Perú”. Extraído de: “Homenaje a Grau: 1979 - año de nuestros héroes de la Guerra del Pacífico”, Primera Edición, pp. 24. Editorial: Centro Naval del Perú, octubre de 1978.
[6] Parte Oficial del Capitán de Fragata Don Manuel Meliton Carbajal. Extraído de: “Homenaje a Grau: 1979 - año de nuestros héroes de la Guerra del Pacífico”, Primera Edición, pp. 206. Editorial: Centro Naval del Perú, octubre de 1978.