Perfil del nuevo Papa, Francisco, en una imagen descargada de Google Images. |
Recuerdo
al Papa Juan Pablo II principalmente por su imagen sencilla, de buen tipo. Por
esas maneras de ser bonachonas, apacibles que tenía. Y además por su
inteligencia, por su lógica notable y la sapiencia extraordinaria que cultivó[1]. Quizá
por esta imagen idealizada que tuve de él, debo confesar que al momento de su
muerte sentí que la iglesia había perdido un elemento invalorable, de existencia
imperativa (para mi): Joseph Ratzinger, o Benedicto XVI, no era un individuo tocado
precisamente por un carisma irresistible; por el contrario, hombre de ojeras
portentosas, al alemán se le notaba permanentemente calavérico, marchito,
exangüe.
La
asunción del nuevo Papa Francisco me encontró, en consecuencia, en un momento
de franco desinterés por los asuntos eclesiásticos: con Benedicto XVI (y sin
Juan Pablo II), de pronto todo en el Vaticano se tornó aburrido y las pocas ocasiones
que sintonicé un canal donde se transmitían los mensajes de Ratzinger, el sueño
y la modorra que inspiraba lo hacían el aliciente perfecto para procurar la
siesta vespertina.
Creo,
no obstante, que Francisco – y no únicamente por su carisma, sino por su
intelecto y voluntad – está haciendo denodados esfuerzos para liberar a la
iglesia de la modorra senil que se apoderó de ella y convertirla en la institución
que parecía estar rebosante de vida bajo el liderazgo de Juan Pablo II (aunque hoy nos
enteremos que albergaba en su interior la inmensa corrupción que el Papa actual
pretende extirpar).
El Papa Juan Pablo II, el de mi generación, en una imagen descargada de Google Images. |
En
ese sentido, quisiera en este artículo compartir algunos extractos de la primera
exhortación formal de Francisco, que fue publicada el pasado martes[2] y que
destaca por ser altamente política y,
diría yo, hasta revolucionaria. Ha despertado, por tal motivo, las simpatías de tantísimos jóvenes e individuos de todo el mundo que, agobiados
por el individualismo extremo que experimenta la humanidad presente, se
atreven a cuestionar el modelo imperante (aunque sólo lo hagan a nivel
reflexivo - lo que ya es bastante).
Así
pues, a continuación citaré pasajes breves de la Exhortación Apostólica “EVANGELII GAUDIUM"[3] del Papa Francisco, la misma que está dirigida a (y debe ser cumplida por)
todos los católicos y cristianos del mundo,
y que nos llama a cuestionar el actual modelo económico, la tiranía invisible de
los mercados y la noción de extremo consumismo que se ha apoderado del mundo.
En ese sentido, nos dice entonces Francisco[4]:
En ese sentido, nos dice entonces Francisco[4]:
“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone
un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir
‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. (…) Hoy
todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde
el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes
masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin
horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de
consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del
‘descarte’ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de
la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda
afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues
ya no se está en ella, abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está
afuera. Los excluidos no son ‘explotados’, sino desechos, ‘sobrantes’[5]”.
“(…) En este contexto, algunos todavía
defienden las teorías del ‘derrame’ que suponen que todo crecimiento económico,
favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor
equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido
confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad
de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del
sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.
Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder
entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la
indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante
los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos
interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos
incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el
mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas
truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de
ninguna manera nos altera[6]”.
“(…) Mientras las ganancias de unos pocos
crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del
bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que
defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera.
De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar
por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual,
que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además,
la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su
economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade
una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido
dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este
sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios,
cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los
intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta[7]”.
“(…) Mientras no se resuelvan radicalmente
los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los
mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de
la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún
problema. La inequidad es la raíz de todos los males sociales[8]”.
“(…) La dignidad de cada persona humana y el
bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica,
pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un
discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo
integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta
que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que
se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las
fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta
que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia[9]”.
“(…) Ya no podemos confiar en las fuerzas
ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo
más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones,
programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor
distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción
integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de
proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a
remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la
rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos[10]”.
“(…) A veces somos duros de corazón y de
mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas
posibilidades de consumo y de distracción que ofrece esta sociedad. Así se
produce una especie de alienación que nos afecta a todos[11]”.
“(…) Tras esta actitud se esconde el rechazo
de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto
desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque
relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la
manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un
Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del
mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable,
incluso peligrosos, por llamar al ser humano a su plena realización y a la
independencia de cualquier tipo de esclavitud[12]”.
“(…) Los mecanismos de la economía actual
promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo
desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. (…)
Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de
sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la
solución en una ‘educación’ que los tranquilice y los convierta en seres
domesticados e inofensivos[13]”.
“(…) La adoración del antiguo becerro de oro
(cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo
del dinero y en la dictadura de la economía sin un rustro y sin un objetivo
verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la
economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia
de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus
necesidades: el consumo[14]”.
“¡Pido a Dios que crezca el número de
políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente
a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo!
La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más
preciosas de la caridad, porque busca el bien común. (…) ¡Ruego al Señor que
nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo,
la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes
financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que
haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos.
¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de
que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva
mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta
entre la economía y el bien común social[15]”.
[1] Digo esto habiendo leído únicamente su texto “Cruzando el umbral de la esperanza”.
Ver: Juan Pablo II. “Cruzando el umbral
de la Esperanza”. Barcelona: Plaza y Janés Editores S.A. (1994).
[2] La fecha de publicación del documento fue el martes 26
de noviembre de 2013.
[3] Este documento fue descargado desde el siguiente
enlace web (en archivo PDF): http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf
(fecha de consulta: 29 de noviembre de 2013)
[4] Por razones metodológicas, las citas no están
ordenadas según el orden de las páginas en que aparecen en el documento
original.
[5] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “EVANGELII GAUDIUM” DEL SANTO
PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS, A LOS PRESBITEROS Y DIÁCONOS, A LAS PERSONAS
CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO
ACTUAL. Documento descargado desde el siguiente enlace web (en archivo PDF): http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf (fecha de consulta: 29 de noviembre de 2013) p. 28
[6] Op. Cit. p. 29
[7] Op. Cit. p. 30
[8] Op. Cit. p. 101
[9] Op. Cit. p. 101
[10] Op. Cit. pp. 101 - 102
[11] Op. Cit. p. 98
[12] Op. Cit. p. 30
[13] Op. Cit. p. 32
[14] Op. Cit. p. 30
[15] Op. Cit. p. 102
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